24/04/2020

Coronavírus: secuela de una globalización equivocada

En realidad, resulta difícil escribir sobre el coronavirus y la situación creada ya que no es fácil intentar decir algo original. Quizás, decir algo novedoso es un vicio de nuestro tiempo fruto del nivel de competitividad que nos domina, ya que puede resultar mucho más útil refrescar cosas ya dichas y pensar si hay alguna forma de evitar o de crear las condiciones que hagan que en unos años no vuelva a suceder lo mismo.

Se ha convertido en un lugar común repetir que ha llegado un Cisne Negro y, si bien la teoría de las incertidumbres elaborado por Nassim Nicholas Taleb es totalmente correcta, no debe aplicarse a este caso, ya que como los sucesos anteriores (ébola, SARS, etcétera), no tienen nada de imprevisibilidad mientras se mantengan las condiciones actuales del mundo.

Se suponía que el nuevo ciclo de globalización que reconoce como uno de sus orígenes la caída del Muro de Berlín, como símbolo de un mundo único ya no dividido en bloques, debería evolucionar hacia una real comunidad internacional.

Ésta no sería la panacea universal, pero daría lugar al establecimiento de reglas de conducta que permitiesen una coordinación entre los países en un clima de interrelación que canalizaría los desacuerdos, y a una cierta lógica en las actitudes y criterios para regular diferencias.

Lógicamente ese proceso globalizador debía ser acompañado, por un lado, de una actitud de tolerancia hacia quien por lenguaje, religión o color de piel difiriese de nosotros, ya que las características propias de esta mundialización nos llevarían a grados mayores de vinculación e interactividad y, si bien las diferencias no se eliminarían, se debería dar voz a todos respetando las diversidades. Por el otro lado, el sistema capitalista, que aparecía como el ganador del mundo bipolar, debía dar respuestas económicas, sobre todo a los países emergentes.

La idea de la globalización se basaba en dos pilares: democracia y mercado, o sea, un capitalismo que permitiese la libertad política que no habían logrado implementar los países socialistas, tal como había sido planteado en la Posguerra. ¿Qué ocurrió en cambio?

Lo que pasó es que el capitalismo desarrolló sus formas más voraces, sobrepasó y negó los poderes de los Estados naciones y hasta, en nombre de la globalización, se los comenzó a objetar como instrumentos políticos válidos. Además, se menospreciaron las prácticas democráticas porque el aumento y la concentración de los poderes económicos hacían inútil la posibilidad de que éstos fueran controlados y, a su vez, la inyección de dinero a las campañas electorales la inutilizaba como forma de organización política.

Se llegó así a lo que magistralmente Bertrand Badie define como el mundo de la humillación, donde no sólo algunos por su carácter diferencial sino las grandes mayorías quedaban en esa situación.

Ninguna de las ideas que se promovieron desde 1919 como base de la construcción de una comunidad internacional se tuvieron en cuenta y ésta se articuló sobre la base de la relocalización de industrias donde los sueldos eran más bajos, de organismos financieros basados en prestar fondos a los países en problemas a cambio de que adoptasen las políticas neoliberales que contribuirían a profundizar su problemática social y en extender como verdad absoluta dichos preceptos, independientemente de su utilidad en los países a los que se le aplicaba como receta.

Se llegó así a un mundo excesivo donde los pudientes hacen todo en exceso sin tener en cuenta si se afecta la naturaleza, ni si eso lleva a las naciones más pobres a perder buena parte de sus recursos tradicionales y deben, para sobrevivir, afectar aún más su medioambiente.

Cuál es la sorpresa de que en un mundo donde la mitad de la población está en la indigencia aparezca una peste. No hay Cisnes Negros en esto sino simples y lógicas consecuencias, por ello llevamos, antes de que acaben los primeros veinte años de este siglo, tres pestes. ¿Por qué no se generó una preocupación por analizar profundamente la situación tras la aparición del SARS y del ébola? ¿Quizás porque la mayoría de las víctimas eran de sectores sociales y regiones postergadas? Hoy tenemos esta peste que hace vulnerables a todos por igual. ¿Esto hará que nos replanteemos al menos algunas cosas?

Estas son algunas de las preguntas que definirán la política internacional en los próximos años. El Estado que ha sido criticado y puesto en el centro de la problemática del desarrollo económico, aparece como en todas las situaciones extremas de la historia moderna, como la institución a fortalecer tanto para enfrentar esta pandemia, como lo será seguramente para la reconstrucción de la economía internacional y nacional, y fundamentalmente asegurar la protección social. Los organismos internacionales de crédito, que fueron tan importantes en las épocas de Posguerra, y que luego se convirtieron en herramientas de defensa de un modelo, como ya dijimos anteriormente, deberán también rever sus políticas, sus objetivos y sus formas de implementación.

 

 

Aníbal Jozami, sociólogo y docente argentino especializado en Relaciones Internacionales, es presidente de la Fundación Foro del Sur y rector de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF).

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