02/06/2020

¿Cuál es el proyecto nacional para la post-pandemia?

 

Para saber cómo va a ser nuestro camino luego de la pandemia tenemos que mirar con atención lo que estamos haciendo en la pandemia. Y lo que estamos haciendo es simple: tomando una decisión política clara sobre el rumbo a seguir e implementándola con determinación.

¿Es fácil? No. Nos encontramos con un Estado que había abandonado su voluntad de transformar la realidad. De repente, por la emergencia que ha generado una crisis inédita en la historia del capitalismo moderno, tuvimos que volver a poner a ese Estado desmantelado en marcha para implementar la mayor asistencia de la que se tenga memoria, que ya supera los cinco puntos del PBI.

Pongo como ejemplo el sector en el que me toca actuar en esta coyuntura difícil. A pesar de ser pequeños para la dimensión de bancos de desarrollo en otros países, desde el Banco de Inversión y Comercio Exterior (BICE) que presido tuvimos que marcar rápidamente una pauta en la baja de tasa de interés que propició el gobierno nacional. Salimos con una línea de créditos al 19% para capital de trabajo y empujamos al resto del sistema a la baja. También intervinimos con fuerza en el mercado de cheques diferidos para impulsar allí también tasas más competitivas para las PyMes. Y a través del Ministerio de Producción, el Estado aportó garantías para que los bancos privados puedan prestar hasta $120 mil millones a las empresas en la emergencia.

Sin embargo, la falta de gimnasia del sistema financiero en su conjunto demoró en el inicio la llegada de la ayuda. Es un sistema chico y que presta poco a los sectores de la economía real, aún en tiempos de normalidad. Y mucho menos a las pequeñas y medianas empresas. En nuestro país el crédito representa menos del 15% del PBI, por lejos el más bajo de la región. Un solo banco en Brasil, el BNDES, que es el banco de desarrollo, presta el 9% del PBI y además se financia en parte con el aporte de los trabajadores. En Alemania, el banco de desarrollo financia el 14% del PBI.

Esa misma realidad se refleja en todos los ámbitos de la vida pública, empezando por la salud, que había sido degradada de Ministerio a Secretaría. La cuarentena necesaria para enfrentar la pandemia nos obligó a actuar rápido para recomponer al Estado en todas sus facetas y hacerlo llegar hasta donde nunca había llegado: desde la asistencia directa a los sectores más vulnerables a través de la ANSES, la incorporación de 8 millones de personas al universo de asistencia a partir del Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) y el pago directo de una parte de los salarios a más de 2 millones de trabajadores a través del programa de Asistencia al Trabajo y la Producción (ATP).

¿Por qué decimos que la salida de la pandemia reside en la misma crisis que estamos atravesando? Porque la misma convicción y decisión política con la que se está enfrentando la crisis va a guiar la recuperación. Si algo nos está enseñando la pandemia es que el país es capaz de unirse detrás de un objetivo grande, en este caso el de cuidarnos entre todos y salvar vidas ante una crisis en la que no hay hoja de ruta. El gran desafío cuando pase la crisis es sostener esa grandeza de objetivos, ya no para defendernos de la amenaza sino para construir un futuro diferente a nuestro pasado.

¿Cómo hacemos para duplicar nuestro PBI en la próxima década? ¿Qué tenemos que venderle y qué comprarle al mundo? ¿Dónde vamos a poner el foco de nuestro esfuerzo? El proyecto del gobierno de crear un Consejo Económico y Social es el primer paso para buscar consensos sobre esos objetivos concretos, mensurables y posibles de implementar. La unidad en torno a objetivos va a ser fundamental en un mundo que será necesariamente menos cooperativo y más conflictivo. La globalización y las instituciones que decían conducirla están en retirada, la economía mundial tendrá su mayor caída desde la Gran Depresión de 1929 y cada país va a tener que defender con uñas y dientes sus intereses y la calidad de vida de sus ciudadanos.

Como cada vez que nos caímos, la fuerza para levantarnos va a estar en nosotros mismos, y en nuestra capacidad de liberar y conducir las energías productivas que abundan en nuestro país. Esa fuerza está aplacada hace casi una década: entre 2001 y 2019 nuestro PBI per cápita se achicó 11%. Cada año que pasó nos fuimos alejamos más del país que podemos ser. La pandemia puede y tiene que ser el punto de inflexión, porque nos mostró la punta del iceberg de otra cosa que podemos ser: un país comprometido con el bien común y capaz de trabajar unido para lograrlo. Y nos encontró con fortalezas y debilidades. Por un lado, una recesión de más de dos años y un fuerte endeudamiento especulativo impulsado de manera irresponsable que nos llevó a la insolvencia. Pero por el otro, tenemos un liderazgo político renovado, que definió de manera clara una alianza con la producción y el trabajo, que está recuperando la gobernabilidad de nuestra economía y, con ella, la capacidad de transformación. De allí va a surgir un proyecto nacional para la post pandemia y estoy confiado en que será distinto y mejor a todo lo anterior.

 

José Ignacio de Mendiguren es el Presidente del Banco de Inversión y Comercio Exterior (BICE).

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