03/03/2021

Desafíos actuales en las Relaciones internacionales

El abordaje de la coyuntura actual es un gran desafío para aquellos que nos dedicamos a las Relaciones Internacionales (RRII). La disciplina de las RRII está acostumbrada a navegar en contextos que entremezclan dosis de continuidad y cambio constante, sin embargo, cabe preguntarnos cuán preparadas están las teorías en el campo de las RRII para volcar ese arsenal teórico en función de analizar procesos como los actuales. Sin lugar a dudas, el recurso a la interdisciplinariedad puede resultar el punto de partida y también el de llegada para el ejercicio de comprensión. Se percibe una necesidad de invertir las prioridades en cuanto a los abordajes teóricos a los que estamos acostumbrados.

En contextos como los que se presentan en la actualidad, más que una explicación, necesitamos, una profunda reflexión. Por lo cual, el objetivo que anima estas palabras es señalar sólo algunos de los rasgos por donde podríamos comenzar.

¿Qué podemos observar?

Crisis sistémica. La situación de pandemia no hizo más que magnificar y/o amplificar el tránsito hacia una recesión de tipo económica, política, social y medioambiental que se venía anunciando desde mucho tiempo atrás. Remontarnos en el ejercicio de ver hacia atrás nos puede ayudar a la comprensión de la situación actual.  La crisis del 2008 generó zozobra, sacudió no sólo los cimientos del desregulado mundo financiero sino también los del político y social. Otra vez el sistema capitalista mostraba sus grietas y desenfrenos. Otra vez el mismo sistema daba muestras de su ímpetu camaleónico como apuntaba Fernand Braudel, para aceitarse, adaptarse, recomponerse y seguir. En plena crisis, la ansiedad por encontrar identificaciones que pudieran dar una pista de lo que se avecinaba condujo a revisar la crisis de los años treinta, pero también la de los setenta. Ninguna de las cuales avizoraba promisorios y positivos escenarios. La primera porque luego del hundimiento que provocó la Gran Depresión, el mundo se sumergió en una gran y catastrófica guerra (la Segunda) y la otra porque rompió con el llamado retrospectivamente acuerdo de posguerra aquél que hizo posible que el Estado pudiera intervenir en la economía para el bienestar de los ciudadanos. No fue todo, mientras que el mundo occidental se embarcaba en la gran industrialización neoliberal, los gobiernos de los países en vías de desarrollo se hundían en la más profunda crisis, la de la década de los ochenta, llamada crisis de la deuda. Deuda, inflación y desempleo tradujo lo que significaba hablar de “década perdida”.

Sólo en Europa y producto de la crisis de 2008 se produjeron cambios políticos en 8 de los 17 países de la eurozona. De más está decir que muchos encuentran en ese tsunami, los orígenes de las fisuras entre los miembros de la Unión casi una década después, una vez que las aguas turbulentas comenzaron a retirarse. En el Magreb y luego como reguero de pólvora en la mayoría de los países de Medio Oriente, los sucesos que observamos a partir de 2010 (tan inescrupulosamente llamados primavera árabe) por un lado se relacionan con la crisis que deja sin posibilidades de respuesta a los gobiernos que anquilosados en el poder durante decenios fueron barridos como resultado de las grandes movilizaciones populares que reclamaban cambios. Y por otro, porque la crisis generó nuevas demandas y en parte porque aquellos que los apoyaban desde afuera modificaron sus prioridades. Para entonces, las discusiones acerca de cómo la estructura de poder mundial se modificaba fue dejando lugar a conceptualizaciones tales como la uni-multipolaridad, interpolaridad, apolaridad, nopolaridad, heteropolaridad, al mundo de nadie, al mundo multiplex y a la entropía que ocuparon gran parte de las discusiones en ámbitos académicos.

Además de una crisis financiera dentro de la maquinaria del sistema capitalista, observamos la rápida traslación y golpe directo a los sistemas políticos. La recesión no respetó esas fronteras teóricas, sino que las atravesó. De algún modo, aquello que irrumpía en la década de los setenta como economía política internacional no hacía más que estar a la mano. En América Latina lo que observamos a partir de entonces no sólo se enmarca en el contexto de profunda crisis, que va a golpetear de distinto modo a los países de la región, sino al más agudo desafío al sistema democrático.

Los llamados golpes de Estado constitucionales en palabras de Mariano Roitman Rosenmann (2013), quizás y como ejemplo más contundente, se reflejaron en Honduras en 2009 pero luego también, ya como parte de una tendencia preocupante, y con matices, en la pretensión secesionista de la llamada media luna oriental en Bolivia (2008), en la coyuntura desestabilizadora en Ecuador (2010) y también en Paraguay (2012) y en Brasil (2016). En diferentes momentos, pero con el común denominador de que esos momentos se produjeron post-crisis de 2008. En aquel tiempo, las estructuras institucionales creadas pudieron dar respuesta e intervenir con los propósitos de reforzar, apoyar y actuar de manera conjunta y regional ante tales eventos.  Para entonces, UNASUR, ALBA, CELAC aglutinaban expectativas de acción regional, complementariedad, solidaridad, integración y a gobiernos que compartían esas expectativas.

Mientras tanto, a nivel mundial, se aceitaba la creación de un grupo que congregaba a 20 entre países industrializados y los llamados emergentes. La idea inicial data del año 1999 y era gobernar las finanzas y la economía, o por lo menos, acordar sobre distintos aspectos que lo hicieran posible. Se innovaba en el hecho de que esta vez, año 2008, en esta segunda etapa fundacional, iba a reunir a Jefes y Jefas de Estado y/o gobierno que a partir de entonces se reunirían una vez al año en alguno de los países miembros en la llamada cumbre de líderes. Por supuesto la agenda del G20 se fue ampliando hasta generar sub-grupos que involucran a la sociedad civil y con este agregado, a una diversidad de temas, presentándose como el principal foro de deliberación mundial sobre temas políticos y económicos prometiendo hacerse cargo de abordar problemas globales.

Ése es el estado del mundo que chocó con una pandemia. Era el mundo que se transitaba y que de manera voraz consumía y mercantilizaba la vida, el trabajo y la naturaleza.

La Globalización irresponsable. Gran parte de la literatura que circula y de los debates virtuales desde el comienzo de la pandemia, han abordado el tema de la globalización en por lo menos dos sentidos. Aquellos que apuntan que la misma continúa siendo un proceso irreversible asociado a las cadenas de valor, a los procesos de offshoring y los posteriores y más recientes de reshoring por parte de grandes compañías transnacionales y aquellos que apuntan a la necesaria desglobalización. Los antecedentes del debate sobre la globalización tienen larga data. El concepto mismo fue acuñado en la década de los noventa y por lo menos hacía referencia a tres cuestiones: hiperglobalizadores, escépticos y transformacionalistas (Held et al. 1999)). Quizás el punto es que ambas visiones hacen referencia al perfil más comercialista de la llamada globalización. La pandemia puso sobre la mesa la pregunta de qué tipo de globalización queremos y no sólo la que alimenta las expectativas de las cadenas de valor. La pandemia dio lugar a concebir a la globalización como un proceso que visibilizó como nunca antes las desigualdades. Los debates de hoy nos interpelan: ¿continuaremos consumiendo productos, bienes y discursos acríticamente?

Déficit sistémico de gobernanza e instituciones inestables. El concepto de gobernanza que calzó casi a la perfección con el modelo neoliberal comenzó a ser cada vez más potente en la década de los 90. Un Estado neoliberal que en palabras de Cox (op.cit en Sanahuja,2015) se convirtió en sujeto y objeto del proceso de globalización. Un Estado que debió adaptar instituciones, sociedades y economías nacionales a las exigencias de la economía capitalista global. Esa gobernanza económica global al servicio del neoliberalismo redujo el espacio de la política y regula áreas cada vez más amplias de la vida económica y social (Sanahuja,2015). Wolfgang Streeck (Streeck,2016) apuntaba de manera crítica que la globalización como discurso dio lugar a un nuevo pensamiento único en donde la adaptación a los mercados era buena para todos y que bajo ese modelo la democracia no podía parecer sino anticuada, demasiado lenta, demasiado colectivista y conservadora en comparación con los individuos ágiles que responden a las señales del mercado. Lo que se necesitaba, dice Streeck, era un régimen nuevo, más flexible, para el que se encontró un nombre atractivo: la gobernanza global. En contextos como los actuales todo se puso a prueba. El reclamo concreto se acercó de la mano de las posibilidades, la preparación y voluntad de compromiso de las organizaciones internacionales como la OMS e incluso de los grupos como el G20 para gobernar la pandemia en beneficio de todos.  La reunión de líderes de 2020 en Arabia Saudí en noviembre de 2020 concluyó sin ningún avance sustancial. Tres temas eran cruciales: la cuestión sanitaria desatada por el Covid-19, el cambio climático y la deuda de los países pobres. En ninguno de los tres temas se lograron resultados significativos evidenciando la inoperancia de la llamada gobernanza global. Además de vislumbrar el protagonismo que adquieren las empresas farmacéuticas como actores internacionales de peso, lo que observamos a más de un año del comienzo de la pandemia son las marcas profundas de una distribución del poder que se mide ya no por fuerza militar sino exclusivamente por dinero.  Por lo cual, la idea de gobernanza pareció tener más la intención de crear una realidad que de nombrarla a través de hechos concretos.

Las Organizaciones Internacionales son estructuras burocratizadas lo cual en diversas circunstancias demuestran a través de sus procedimientos estandarizados cierta lentitud para dar respuestas concretas. Más allá de las críticas que la OMS recibió por la respuesta tardía, a finales de abril del 2020 creó el COVAX. El COVAX es el Fondo de Acceso Global para las vacunas Covid-19 y es parte del Acelerador de Acceso a Herramientas Covid-19 o Acelerador ACT que la OMS creó como respuesta a la pandemia. El COVAX está dirigido por la OMS, la Coalición para las Innovaciones en la preparación ante las epidemias (CEPI) y GAVI, la Alianza para las vacunas. Se creó con el propósito de coordinar las compras a nivel mundial, y ya con las vacunas, acelerar el acceso y distribución entre los 172 países que suscribieron en un reparto equitativo “independientemente de la riqueza”. Mientras el proceso se ponía en marcha, muchos países ricos negociaron sus propios acuerdos con los laboratorios para inocular a su propia población por lo cual, a la fecha, el 90% de las vacunas están en manos de las naciones más ricas que pueden pagar por ellas. Aun reconociendo que al participar del programa colaboran con él, la desigualdad nuevamente se hizo presente acompañada esta vez de mezquindad ya que algunos gobiernos negociaron la provisión de cantidades superiores a las que efectivamente necesitaban.

En América Latina, la desarticulación de aquellas instituciones creadas y apuntadas más arriba condujo a la ausencia de respuestas regionales que posibilitaran una gestión conjunta de la crisis sanitaria. Esta desarticulación también contribuyó a que poco pudiera hacerse ante eventos inmediatamente anteriores a la situación de pandemia que mostraban movilizaciones populares reclamando a los gobiernos en por lo menos tres países de la región: Chile, Perú y Colombia. Un capítulo aparte de la historia pre pandemia lo constituye Venezuela que de algún modo visibilizó una vez más la fractura regional y la inoperancia de aquellas instituciones que quedaron en pie. Frente a la propuesta de la OMS la Argentina, Brasil, Chile, Colombia, México y Venezuela estuvieron entre los países que rápidamente se pronunciaron a favor del COVAX. El 31 de enero de 2021 la OPS notificó a 36 países de la región que participan del Fondo sobre el número estimado de vacunas que recibirían entre mitad de febrero y a lo largo del segundo semestre de 2021. En la región es la OPS y UNICEF los encargados de realizar las adquisiciones de las vacunas en representación del COVAX.

Aún con propuestas para dar respuestas globales a problemas globales nada evidenciaría cómo los países resuelven el dilema: ¿ayudo a otros países para evitar la propagación y perpetuación de la pandemia o inoculo a mi propia población? ¿Estamos preparados para “salvar extraños”?

Nos debemos un debate profundo sobre el abandono de lo colectivo en función del excesivo individualismo.

 

Verónica Pérez Taffi es candidata a doctora en Relaciones Internacionales (USAL). Magister en Estrategia y Geopolítica (ESG). Especialista en Gestión y Liderazgo de la Educación Superior (Universidad Autónoma de Nuevo León/México). Licenciada en Relaciones Internacionales (USAL). Bachiller universitario en Ciencia Política (USAL). Coordinadora Académica (FCS-USAL). Presidenta de la Asociación de Estudios de Relaciones Internacionales Argentina (AERIA). Fue Becaria de la Academy of Korean Studies (Corea del Sur) como Investigadora del IDICSO/ USAL-unidad asociada a CONICET. Profesora de grado y posgrado en USAL, UNTREF, UNDEF y UP.

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