11/01/2021
El asalto al Capitolio de los Estados Unidos por grupos organizados de manifestantes ultraderechistas el miércoles 6/1, para impedir la proclamación parlamentaria de Joe Biden como presidente electo, terminó de sellar -como un “último acto”-, el final de la escandalosa presidencia de Donald Trump. Sin embargo, cabe para lo ocurrido en Washington DC, una burda remake de la Marcha sobre Roma de los camisas negras de Mussolini casi un siglo atrás (1922), la frase con la que Winston Churchill refirió a la segunda batalla del Alamein, durante la Segunda Guerra Mundial: "Esto no es el fin. Ni siquiera es el principio del fin. Pero tal vez sea el fin del principio".
Un episodio que permitió ver con claridad el “huevo de la serpiente” que se ha venido incubando en los últimos años. Dicho en breve: la figura de Trump es la consecuencia y no la causa de algo que anida en esa “América profunda” y representa, como muchos analistas lo han señalado, un verdadero desafío para la democracia, no sólo de los Estados Unidos. El factor racista, xenófobo, armado y paramilitar norteamericano es un magma latente y subyacente que, activado por líderes demagogos, se configura como un neofascismo del siglo XXI semejante al que asoma en otros países.
Conviene echar un vistazo a esa historia.
Hace cien años, la conclusión a la Primera Guerra Mundial ofrecía un respiro a un mundo exhausto. Pero era apenas un paréntesis al interior del cual en cada sociedad de cada país, en Europa y más allá del viejo continente, las democracias liberales empezaban a ser jaqueadas por los extremos a izquierda y derecha, entre los partidos que veían cerca la revolución rusa triunfante y los fascismos que empezaban a crecer sobre los jirones de los partidos conservadores y fuerzas tradicionales arrasando con las instituciones parlamentarias. El mariscal Foch, comandante de los ejércitos aliados, lo anticipaba al referirse al Tratado de Versalles en 1919: “Esto no es una paz. Es un armisticio de veinte años”. Y es eso, exactamente lo que duró esa “paz de los veinte años”, en la cual los países europeos vivieron el derrumbe de sus democracias y el encumbramiento del militarismo que desatará la Segunda Guerra y el Holocausto.
Europa salía también en ese momento de una pandemia que diezmaba a su población, mientras la Rusia soviética enfrentaba una feroz hambruna y los Estados Unidos, experimentarían los llamados “felices años veinte”, un período de prosperidad económica que finalizaría con el crack del 29 y la Gran Depresión.
Cuando se habla de “huevo de la serpiente”, expresión acuñada por Ingmar Bergman para su película sobre el Berlín de los años 20, se refiere precisamente a ese interregno en el que Europa se introdujo un siglo atrás, arrastrando luego al mundo entero. Unos malinterpretaron el fenómeno y lo entendieron o quisieron ver como pasajero y circunstancial. Otros, creyendo combatirlo le dieron tal centralidad que terminaron contribuyendo a agigantar sus llamaradas. Hubo también quienes suponían sacar provecho del marasmo, especuladores políticos y económicos pescadores de río revuelto, que terminaron siendo víctimas del monstruo que ayudaron a prohijar. Hay que recordarlo, una y otra vez, cuando observamos la facilidad con la que se juega con fuego naturalizando las desigualdades lacerantes, las expresiones de fanatismo, los discursos de odio y abusos de la confianza que las sociedades depositan en sus mandatarios como si todo esto no fuera a tener consecuencias catastróficas, tarde o temprano, así como cuando, en el otro extremo, se banaliza el peligro agitando constantemente los fantasmas y anunciando la catástrofe inminente.
Lo ocurrido en Washington el 6-E mostró que no se exageraba cuando se advertía sobre el peligro real que representó Trump para la democracia estadounidense, particularmente al momento de desconocer los resultados electorales e incitar a la insurrección y la violencia. El “fascismo del siglo XXI” mostró su cara esa jornada, en las adyacencias del Congreso y en la incursión violenta de grupos de manifestantes en el interior del edificio, con cinco muertos y varios heridos.
“¿Volverá toda esa gente a sus cuevas o de alguna forma u otra seguirá en el escenario, debilitando el proceso democrático norteamericano y, por ende, afectando la vida y el futuro de millones de latinoamericanos que están unidos a Estados Unidos, sea a través de la emigración anterior o actual o por su porvenir económico o por la esperanza democrática?”, se interrogaba en estos días el periodista Jon Lee Anderson[i].
El peligro fue conjurado y acaso sirvió para que el Partido Republicano rompa con la deriva extremista y anti-democrática a la que lo arrastró el liderazgo de Trump y se recomponga como expresión de la tradición conservadora. Pero puede ser también un episodio más de un proceso en curso, en el que el monstruo que sigue allí, acechando, apenas mostró su cabeza. Dependerá de otros varios factores y respuestas que esta alteración disruptiva de la historia sea recordada como una anécdota de color, o forme parte de una degradación de la democracia liberal aún más profunda, con ulteriores desarrollos. Lo que coloca un listón más alto a los desafíos que enfrentará la presidencia Biden-Harris. Para los Estados Unidos y para su proyección internacional e influencia en el mundo.
Fabián Bosoer es politólogo y periodista. Master en Relaciones Internacionales. Docente e investigador en la UNTREF/IDEIA, editor jefe de la sección Opinión de Clarín. Autor, entre otros libros, de Generales y Embajadores (Ediciones B, 2005), Malvinas, capítulo final (Capital Intelectual, 2007), Braden o Perón, la historia oculta (El Ateneo, 2012).
[i] https://www.lanacion.com.ar/el-mundo/jon-lee-anderson-volvera-gente-trump-sus-nid2565294
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