13/11/2020
Es posible realizar diversas acusaciones contra el presidente brasileño Jair Messias Bolsonaro; se puede decir que es autoritario, antidemocrático y sexista. Pero convengamos que no sería correcto decir que es incoherente. Al contrario, el capitán parece intentar seguir al pie de la letra todo lo que prometió durante su campaña. De hecho, incluso en los meses de octubre y noviembre, sus posicionamientos fueron casi un resumen de las posturas que mantuvo en su campaña de 2018. En este contexto, nadie puede sorprenderse. Por el contrario, todos sabían, todos escucharon, y esperar que fuera diferente sería apostar por la incoherencia. No es el caso, Jair es coherente.
Por ejemplo, el 22 de septiembre de este año, como dicta la tradición, el presidente de la nación brasileña inauguró la Asamblea de las Naciones Unidas. Uno de los aspectos más destacados de su discurso fue la denuncia de una “cristofobia”. Nada más coherente, Jair es Jair. El hombre que anunció que ya no daría ni un centímetro más de tierras a indígenas y quilombolas, el hombre que asignó un peso en arrobas a los afro descendientes, ahora usa el púlpito de las Naciones Unidas para proteger a la mayoría de su país de los presuntos ataques de algunas minorías. Entiendan, la gramática política del presidente no podría ser más clara. En la campaña ataca a las minorías, como presidente, protege a las mayorías.
De hecho sí, quizás podría ser más claro. El entonces candidato Jair Bolsonaro fue aún más preciso en la campaña electoral. En un discurso en una ciudad del noreste de Brasil, el entonces candidato dijo textualmente (y sin que le pregunten) que "las minorías deben inclinarse ante las mayorías, o podrían desaparecer". Si alguien se propusiera definir el fascismo en una sola oración, probablemente no podría hacerlo mejor.
Ahora bien, teniendo en cuenta esta postura, el discurso en las Naciones Unidas parece más el cumplimiento de un compromiso que otra cosa. En un país donde la violencia contra las minorías religiosas (en especial las religiones africanas) está creciendo a un ritmo alarmante, es importante comprender qué quiere decir el presidente con "luchar contra la cristofobia". ¿Estaría justificando esta violencia en el púlpito de la ONU?
En el mejor de los casos, puede ser que Bolsonaro ignore la violencia religiosa de los grupos cristianos fundamentalistas en Brasil y acuse a otros, a los atacados, por la persecución. Todo esto puede parecer extraño, pero no lo es. Es importante que el presidente brasileño recupere el lugar de víctima. Así, puede justificar los esfuerzos legales por una supuesta protección al cristianismo. Pero eso no es todo. Además de las perspectivas más pragmáticas del presidente (fortalecer las relaciones con partidos y políticos evangélicos, por ejemplo), hay una fuerte carga ideológica en el discurso bolsonarista que no puede ser ignorada.
Seamos más claros, el presidente brasileño pretende romper con la idea de la modernidad liberal. Bolsonaro es un típico antiliberal. Para él, la idea de un Estado laico es incómoda y debe ser superada. Para él, es urgente que Brasil se consolide como un país cristiano. Por lo tanto, los que no son cristianos deben adaptarse o dejar de existir. Uno es cristiano o no es cristiano. Carajo (para usar su palabra favorita)! No se puede ser casi cristiano, cristiano y algo más. Nada de eso. El cristianismo emerge como una frontera fundamental de identidad, y por lo tanto debe ser protegido.
En este contexto, el hecho de que haya hecho una apelación ante la ONU contra la “cristofobia” es aún más simbólico e importante. La Organización de Naciones Unidas establece una estructura de poder multilateral e inclusiva, donde los derechos de las minorías deben ser garantizados por los Estados nacionales y las estructuras internacionales. A partir de 1948, con la Declaración Internacional de Derechos Humanos, Naciones Unidas ganó aún más fuerza y poder para las intervenciones y garantías de esta protección. Con todas sus imperfecciones, que son muchas, se creó un nuevo orden internacional para la defensa de los humanos, sean quienes sean. Para Bolsonaro, todo esto está mal. Los derechos humanos son incómodos, la multilateralidad también. Él se ve a sí mismo como alguien que trae un nuevo orden; un orden que prevé recuperar los antiguos valores.
Si en Brasil es importante asegurar que el cristianismo sea el sistema cultural imperante, en el mundo, los cristianos son una minoría, entonces internacionalmente la “cristofobia” debería ser denunciada y atacada. Bolsonaro, desde la apertura de la Asamblea de las Naciones Unidas, se ha presentado como defensor internacional de los cristianos. En un discurso que recuerda a las Cruzadas del siglo XI, el presidente de Brasil denunció a Oriente, a los islamistas y a los que no son cristianos como amenazas. Desde su perspectiva, se considera un líder regional (América Latina es hegemónicamente cristiana) y un líder internacional (en el mundo el cristianismo es una minoría).
Finalmente, es importante señalar que el bolsonarismo tiene diferentes capas, pero su ideología no es insignificante. La lucha contra los no cristianos es fundamental. En este contexto, la práctica del gobierno brasileño con respecto a la pandemia también está relacionada con esto. Los pueblos indígenas aislados, por ejemplo, necesitan más conversión que medicina. Politizar la enfermedad es parte de ese juego. Las iglesias y los pastores deben ser los referentes para el tratamiento de los enfermos, no los hospitales y los médicos. Además, el presidente se presenta como el curador de la nación al presentar una droga milagrosa (cloroquina), que según él es suficiente para que sus seguidores se curen.
En este contexto político e ideológico, la reciente negativa del gobierno brasileño a adquirir la vacuna china (producida en sociedad con el gobierno chino y el laboratorio Butantã en San Pablo), tiene perfecto sentido. Los chinos, en la perspectiva de Bolsonaro, no sólo son comunistas, sino que además son de Oriente y no son cristianos. Por lo tanto, convertirlos en libertadores de la enfermedad sería transformar a los comunistas no cristianos en los redentores del pueblo. Es mejor, entonces, que millones de brasileños continúen enfermándose que considerar a los chinos como salvadores.
Sin embargo, no debemos pensar que su proyecto es exclusivamente brasileño. El presidente se ve a sí mismo como un líder internacional, cometido a salvar al Occidente cristiano. No es casualidad, por ejemplo, que a menudo intente intervenir en la política regional. Al financiar el golpe en la vecina Bolivia, amenazar con invadir Venezuela o criticar con frecuencia al gobierno argentino, Bolsonaro se presenta como el libertador de las Américas. Un nuevo libertador, cristiano, blanco y reaccionario. Un antiliberal por excelencia que se imaginaba, hasta ahora, como el principal socio de Donald Trump.
Nada más coherente. Veremos entonces cuáles serán los próximos capítulos.
Michel Gherman es historiador, codirector del Núcleo de Estudios Judaicos de la Universidad Federal de Río de Janeiro, académico del Instituto Brasil-Israel e investigador del Centro de Estudios sobre Sionismo e Israel de la Universidad Ben-Gurión del Néguev.
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