14/07/2020

Pandemia, racismo y derechos humanos

 

En los últimos meses, algunos medios de comunicación latinoamericanos han difundido noticias sobre hechos de discriminación y violencia cometidos por instituciones de los Estados hacia personas y comunidades de pueblos indígenas y afrodescendientes, en procedimientos relacionados con el manejo de la pandemia en curso. 

Algunas de éstas dan cuenta de casos de violencia por parte de fuerzas de seguridad, incluyendo asesinatos. Otras, a incidentes de discriminación por parte de personal de servicios de salud, que además constituyen formas de violencia institucional. Estas noticias han sido ilustradas con fotografías o material audio-visual que resultan impactantes, por los signos de violencia en los cuerpos de estas personas, por el aspecto humilde de sus viviendas o por las condiciones sanitarias de sus asentamientos.

La pandemia ha profundizado las desigualdades e injusticia social en todo el mundo. Las mencionadas imágenes proveen evidencias de casos visibles de racismo en el contexto de la pandemia ¿Serán éstas las únicas formas en que la articulación entre racismo y pandemia afecta las vidas de estos pueblos?

¿No será que son sólo expresiones visibles de circunstancias más complejas? ¿No serán solo una “punta del iceberg”?

El problema es más complejo porque la discriminación racial es sólo una de las formas, la más visible, en que el racismo afecta la vida y agrava las consecuencias de la pandemia para estas comunidades.

 

El racismo es constitutivo de nuestras sociedades

El racismo es constitutivo del mundo en que vivimos y continúa vigente en todas las sociedades del globo. En América Latina, los problemas ocasionados por el racismo no afectan sólo a comunidades indígenas y afrodescendientes. No obstante, en ambos casos éstos tienen siglos de historia y –aunque transformados- continúan vigentes. Además, aparentemente pasan inadvertidos para la mayoría de la población, o en todo caso ésta no se conmueve por ellos.

El racismo es una ideología según la cual los seres humanos seríamos clasificables en razas, a algunas de las cuales supone superiores y a otras que considera moral e intelectualmente inferiores. Esta ideología sirvió de sustento al despliegue colonial protagonizado por algunas monarquías europeas y grupos de poder económico y religioso que subyugaron no sólo a pueblos de otros continentes sino también de Europa.

Los Estados republicanos americanos, lejos de acabar con esta ideología, se constituyeron a partir de ella y la reprodujeron a través de sus instituciones y políticas. Por ejemplo, para acabar con la supuesta “barbarie” y asegurar el avance de “la civilización”, sucesivos gobiernos continuaron el avance militar sobre los territorios de pueblos indígenas y distribuyeron sus tierras entre los grupos de poder de los que formaban parte. A los sobrevivientes se les prohibió hablar sus lenguas, practicar sus formas de espiritualidad y sostener sus sistemas de conocimiento, alimentación y salud. Otro tanto ocurrió con las comunidades afrodescendientes que también vieron proscritas sus historias, lenguas y modos de vida.

 

Instituciones y políticas públicas reproducen el racismo

Si bien las prácticas de despojo territorial continúan afectando a comunidades indígenas y afrodescendientes, desde hace tiempo los Estados utilizan otros medios para continuar con su misión “civilizatoria”.

Por ejemplo, emplean políticas económicas y sociales pretendidamente orientadas a asegurar “el progreso” y “sacar del atraso” a estos pueblos que continúan procurando vivir en armonía con lo que los Estados nombran “medio ambiente” y por cuya “preservación” apenas en la década de 1970 han comenzado a preocuparse. Llamativamente, estas políticas suelen acabar erosionado esos modos de vida y empujando a estas poblaciones a migrar a las ciudades y buscar nuevos medios de subsistencia.

Adicionalmente, diversas políticas e instituciones continúan siendo instrumentos de la reproducción de esta ideología y de su naturalización, por ejemplo, a través de la folklorización de los ritos y expresiones musicales de esos pueblos. Las políticas e instituciones educativas también continúan contribuyendo a la reproducción y naturalización del racismo, por ejemplo, a través de la castellanización forzada de pueblos indígenas, o de la formación de profesionales de diversos campos educados en la ignorancia o el desprecio por sus sistemas de conocimiento.

Las políticas e instituciones de salud, como las de investigación y de formación de personal, también hacen lo propio; por ejemplo, deslegitiman los conocimientos y prácticas de estos pueblos en materia de manejo y mejoramiento de especies vegetales, su valor nutritivo y sus aplicaciones terapéuticas.

 

Las múltiples formas del racismo y su naturalización

El racismo está tan naturalizado que es mayormente inconsciente, al punto que la aplicación de este concepto suele limitarse a hechos que ocurren en Estados Unidos o Europa, o, si acaso en nuestro medio, limitándola a acciones explícitas de discriminación racial, y entre éstas sólo a aquellas muy visibles o violentas.

Por ejemplo, no suele percibirse el racismo en algunas expresiones verbales tan arraigadas que han sido registradas en el diccionario de la Real Academia Española. Tal es el caso, por ejemplo, de la expresión “merienda de negros" utilizada para hacer referencia a situaciones de “desorden y confusión”, y el de “se le subió el indio” como equivalente de “montó en cólera”.

La naturalización del racismo hace que éste no sea asociado con que en nuestros países las personas y comunidades indígenas y afrodescendientes no tienen acceso equitativo a los servicios de salud. Su naturalización también explica que, pese a que estas inequidades causan la muerte a numerosos niños y adultos, la mayor parte de la población no se inquiete por ello.

La naturalización del racismo explica también que éste no sea asociado al hecho de que comunidades de estos pueblos sean desplazadas de sus territorios ancestrales para favorecer los negocios de corporaciones agrícolas y mineras, o de empresas promotoras de desarrollos turísticos; así como que la mayoría de la población no se indigne frente a esto, sino que incluso lo considere necesario para el “bien común”.

Asimismo, esa naturalización explica que la mayoría de la población tampoco se indigne al ver que estas comunidades no logran que sus reclamos sean debidamente tratados por “la Justicia”, y que tampoco lo haga cuando, ante las protestas de estas comunidades, los poderes públicos envían a las fuerzas de seguridad a “poner orden”, lo cual frecuentemente conduce a abusos, torturas, e incluso a asesinatos. 

 

Pandemia, racismo y derechos humanos

Los problemas aquí descriptos y muchos otros documentados en las mencionadas publicaciones, permiten apreciar cómo siglos de racismo han configurado las condiciones en que personas y comunidades de pueblos indígenas y afrodescendientes deben hacer sus vidas. Es debido a estas condiciones que estos grupos resultan especialmente afectados por la pandemia en curso.

Es importante tener presente la génesis y reproducción de estos problemas para no caer en la falacia de que se trata de “poblaciones vulnerables” a las que habría que “ayudar” y que serían “una carga para la sociedad”. Se trata de poblaciones que han sido y continúan siendo vulnerabilizadas, es decir, colocadas a la fuerza en situaciones de vulnerabilidad.

El análisis de la historia de nuestras sociedades, constituidas a partir del despojo territorial de pueblos indígenas y de su explotación y de la de contingentes de personas traídas de África en condiciones de esclavitud, lleva a concluir que existe una deuda histórica y que lo éticamente apropiado no es ofrecerles “ayuda”, sino asegurar acciones reparatorias.

No obstante, actualmente nos encontramos con que los derechos humanos de estos pueblos no son asegurados cabalmente. Peor aún, en muchos casos, sus derechos son violados por los Estados, o por empresas y terratenientes, cuyos abusos no son sancionados, ni reparados. No se trata de “ayudar” a “grupos vulnerables”, sino de que los Estados aseguren los derechos humanos de estas poblaciones, que cumplan las respectivas constituciones nacionales y leyes, como con las obligaciones estipuladas en los instrumentos jurídicos internacionales que han suscripto.

Es porque estas poblaciones han sido despojadas de los territorios que garantizaban la reproducción de sus modos de vida, que hoy viven en condiciones sanitarias deplorables, hacinados en asentamientos precarios en las periferias de las ciudades.

Son estas condiciones, producto de siglos de racismo y de la violación de sus derechos humanos, las que exponen a estas comunidades a que la pandemia en curso les afecte especialmente. Este cuadro de dificultades se ve agravado por situaciones de discriminación y violencia institucional como las que refieren e ilustran los medios de comunicación.

El maltrato, o el trato culturalmente inapropiado que personas de estos pueblos frecuentemente reciben cuando personal de salud visita sus comunidades agrava las circunstancias. En ocasiones conduce a que no se acuda a las instituciones. 

Adicionalmente existen problemas de comunicación intercultural, el personal de salud y otros funcionarios saben poco acerca de la vida de estos pueblos y de los modos de organización de sus comunidades, que transformados continúan vigentes en espacios urbanos. Por otro lado, se suele pensar que con traducir los mensajes sobre medidas preventivas es suficiente, pero las diferencias no son sólo lingüísticas, sino también sociales y culturales. Voceros de organizaciones indígenas han insistido en que mensajes y materiales informativos deben ser elaborados a partir de las respectivas culturas y contextos. “Lavarse las manos” es una quimera cuando no se tiene agua corriente, “quedarse en casa” es un desvarío cuando se vive hacinado en un asentamiento precario periurbano, y estrictamente innecesario cuando se vive entre montañas. 

Las sociedades racistas han hecho que buena parte de la población sea profundamente ignorante respecto de las historias y culturas de estos pueblos, o que las subestime. Esta ignorancia afecta también la formación de la mayoría de los profesionales y funcionarios que en el marco de la pandemia deben tratar con ellos. Es necesario desarrollar respuestas apropiadas tanto a las diferencias culturales como a las condiciones estructurales que afectan a pueblos indígenas y afrodescendientes. Para esto, es necesario asegurar su participación libre e informada, garantizando el pleno respeto de sus derechos y culturas.

 

Desafíos

El racismo afecta a personas y comunidades de pueblos indígenas y afrodescendientes de múltiples formas, no solamente a través de situaciones de discriminación. Se expresa también en violaciones sistemáticas de sus derechos a tener acceso equitativo a agua potable, servicios de salud, educación y justicia. Además, y muy importante, el racismo también se expresa en que, ante estas violencias e inequidades, otros sectores sociales no reaccionan.

¿Por qué vivimos estas circunstancias como si fueran normales? Porque tienen siglos ocurriendo. Porque el racismo es constitutivo de las sociedades de las que formamos parte. Porque no sólo impregna políticas públicas e instituciones, sino también nuestras subjetividades.

Ahora que esas noticias e imágenes nos mostraron esa “punta del iceberg”, resulta oportuno recordar las palabras de Angela Davis: «En una sociedad racista no es suficiente ser no racistas, es necesario ser antirracistas».

 

 

Daniel Mato es investigador principal del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y director de la Cátedra UNESCO Educación Superior y Pueblos Indígenas y Afrodescendientes en América Latina, Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF).

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