05/08/2020

RIESGOS GEOPOLITICOS EN EURASIA

 

Eurasia, región estratégicamente ubicada entre Europa occidental, el Asia y Medio Oriente, e integrada, entre otros, por países de gran protagonismo internacional como Rusia y Turquía, debería concitar mayor atención no sólo por su riqueza en recursos naturales, en particular energéticos, sino -fundamentalmente- por su capacidad de impacto en la geopolítica mundial.

La persistencia de numerosos conflictos irresueltos en la región incide, de manera directa o indirecta, en la relación entre las grandes potencias y los países con mayor relevancia a nivel regional.

El desmembramiento de la Unión Soviética dejó al descubierto tensiones regionales y sub-regionales preexistentes: conflictos étnicos o territoriales soslayados por decisiones imperiales de zares y líderes soviéticos resurgieron con fuerza cuando las nuevas entidades nacionales pudieron formular reclamos ancestrales.

La erupción de algunos de esos reclamos ha provocado tensiones significativas a nivel internacional: la escena global se resintió particularmente con la anexión de Crimea por la Federación Rusa y el apoyo de esa nación a los separatistas en el este de Ucrania. Las sanciones de los países occidentales se mantienen hasta hoy y Rusia ha recaído, aunque en menor grado, en el aislamiento que había conseguido superar a partir de la disolución de la Unión Soviética.

Consiguientemente, la búsqueda de Rusia de un equilibrio geopolítico ha resultado en su mayor protagonismo en áreas donde otras potencias -en particular los Estados Unidos- ejercieron mayor influencia previamente, como Siria o Medio Oriente, así como en su acercamiento a China mediante la concreción de mecanismos de concertación y grandes proyectos de infraestructura.

Otro matiz que se agrega a este panorama general es la fluctuante relación de los dos actores con mayor incidencia en la región eurasiática, la Federación Rusa y Turquía, entre ellos y con los países de Occidente. En el caso de Turquía, esto último se refleja particularmente en las contradicciones entre su pertenencia a la OTAN y su discutido -y cada vez más improbable- ingreso a la Unión Europea.

Hoy subsisten en la región dos conflictos “activos”: el que se desarrolla en el este de Ucrania entre separatistas apoyados por Rusia y el gobierno central; y el que enfrenta a Armenia y Azerbaiyán por Nagorno-Karabakh y territorios circundantes.

El primero forma parte de un conflicto más amplio entre Rusia y Ucrania, que incluye notablemente el reclamo ucraniano de recuperar la península de Crimea en base al principio de la integridad territorial. La crisis de 2014 en Ucrania, precipitada por la negativa del entonces presidente pro-ruso Yanukovich a suscribir un Acuerdo de Asociación con la Unión Europea, derivó en un cambio de gobierno y en la anexión de Crimea por fuerzas rusas.

Poco después, fuerzas separatistas en Donetsk y Luhansk, apoyadas por Moscú, se rebelaron contra el gobierno central ucranio con el propósito de declarar sendas repúblicas independientes. El conflicto armado ha causado más de trece mil muertes y un millón trescientos mil desplazados internos.

Hoy, la reivindicación ucrania sobre Crimea tiene pocas posibilidades de ser alcanzada en el corto y mediano plazo.

La situación en las auto-denominadas “repúblicas independentistas de Donetsk y Luhansk”, por el contrario, es objeto de negociaciones en el marco del Grupo de Normandía, integrado por Alemania, Francia, Rusia y Ucrania. En los últimos meses, contactos directos entre el presidente ucranio Volodimir Zelenski y el presidente Vladimir Putin dieron como resultado la concreción de algunos intercambios de prisioneros. Esta semana, se anunció un “cese al fuego” integral en la zona, el cual -según informes de la OSCE- no está siendo cabalmente respetado.

La disputa por Nagorno-Karabakh tiene asimismo raíces históricas. Reivindicado por Azerbaiyán en virtud del principio de integridad territorial y ocupado por una mayoría de habitantes de origen armenio, el territorio fue adjudicado a Azerbaiyán durante la época soviética. En los años noventa, en el marco del “Glasnost” impulsado por Gorbachov, los nacionalistas armenios reclamaron su independencia y su anexión a Armenia, iniciándose una serie de enfrentamientos, la expulsión de un millón de azerbaiyanos del territorio y la declaración unilateral de independencia de la “República de Nagorno-Karabakh”, sólo reconocida por Armenia.

La cuestión es especialmente delicada dados los compromisos o respaldos a las partes por potencias regionales y vecinos de la subregión: Armenia es parte del Tratado de Seguridad Colectiva liderado por Rusia -que no ha intervenido pese a la solicitud armenia- y Turquía ha declarado su apoyo incondicional a Azerbaiyán.

A las mencionadas auto-declaradas “repúblicas” de Donetsk y Luhansk en Ucrania y de Nagorno-Karabakh, en el Cáucaso Sur se agregan las igualmente auto-proclamadas “repúblicas” de Abkhazia y Ossetia del Sur, desprendidas del territorio de Georgia al cabo de la breve guerra ruso-georgiana de agosto de 2008.

Dicho “conflicto congelado” reconoce igualmente sus raíces en decisiones territoriales de la época soviética. Cuando el gobierno de Georgia, de clara orientación pro-occidental, se propuso recuperar el pleno control de los territorios debió enfrentar la inmediata reacción de Rusia, que intervino para “proteger los intereses de ciudadanos rusos en esos territorios”: en una estrategia habitual de política exterior respecto a territorios en disputa en su región de influencia, la Federación Rusa otorga pasaportes a sus habitantes, lo que habilita su posterior “protección” como ciudadanos rusos.

Esta práctica se repite en las zonas en conflicto en el este de Ucrania y fue masivamente aplicada en Transnistria, entidad auto-administrada ubicada entre Moldova y Ucrania la cual, aunque exterior a una estricta definición geográfica de Eurasia, constituye otro “conflicto congelado” derivado de la disolución de la Unión Soviética y se integra en este panorama de conflictividad regional, con actores que se repiten en las diversas disputas.

En adición a su participación -protagónica o coyuntural- en conflictos fuera del territorio de la Federación, el gobierno ruso debe mantener, dentro de sus fronteras, una estrecha vigilancia sobre grupos radicalizados por motivos étnicos o religiosos. Ejemplo de ello son los históricos reclamos de la nación chechena por una mayor autonomía.

El otro gran actor eurasiático, Turquía, persigue actualmente una política exterior más activa en el ámbito regional y en el Medio Oriente, donde sus intereses no son siempre coincidentes con la progresiva participación de Rusia. Turquía está asimismo intensamente involucrada en Siria, donde persigue fundamentalmente tres objetivos: reafirmar su rol de líder regional, reducir el flujo de refugiados sirios a su país e impedir el avance de fuerzas militares de su secular enemigo, el pueblo kurdo.

Esta breve enumeración de conflictos presentes o larvados, así como la compleja interacción entre los principales actores de la región, evidencian la estratégica relevancia de Eurasia como un factor de desequilibrio a nivel internacional o, en una visión optimista, como el fiel de una balanza a ser delicadamente administrada con el objetivo de contribuir al mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales.

 

Lila Roldán Vázquez es Embajador (R) del Servicio Exterior Argentino, miembro Consejero del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (C.A.R.I) y Directora de Estudios Contemporáneos del Espacio Eurasiático en dicho Consejo.

otras entradas