11/12/2015
Desde 1989, con la caída del muro de Berlín, los politólogos -especialmente los estadounidenses- si bien no habían podido predecir ese hecho, comenzaron a hablar del fin de la historia.
Paralelamente, los esfuerzos de quienes descalifican las humanidades se intensificaron. Bajo una supuesta crisis de lo que se denomina como los "grandes relatos" y, con ellos de las ideologías, se pretendió instalar la idea de que ni lo histórico ni lo ideológico tendrían ya influencia en los hechos venideros, y que los jóvenes debían concentrarse en aquello que simbolizaba el futuro (informática, nuevas tecnologías etc.).
Lástima que si no hacemos referencia al pasado y a las ideologías, no podríamos entender algunos hechos recientes; entre ellos, el derribo de un avión ruso por la defensa antiaérea de Turquía.
El presidente turco Erdogan eligió, dos años atrás, como fecha de inauguración del proyecto de puente sobre el Bósforo, el día que se cumplían 560 años de la toma de Constantinopla por el sultán Mehmet, y declaró que, tal como habían hecho sus ancestros, su país seguiría escribiendo la historia.
Contemporáneamente, Vladimir Putin reivindicaba Crimea y otros territorios integrantes de la Gran Rusia. Con el caluroso apoyo del Patriarcado de Moscú, retomaba la política expansiva de Pedro el Grande que nunca fue contradicha en la etapa soviética que continuó la marcha hacia los mares cálidos.
Propongo entonces que el referido episodio lo leamos as: La Sublime Puerta (denominación tradicional de la sede imperial otomana) derribó un avión de combate del Imperio Bizantino.
La caída de Constantinopla y los sucesivos enfrentamientos que se sucedieron hasta el siglo XX no están saldados y siguen influyendo en la realidad actual.
Estudiemos los orígenes, y las raíces sociales y nacionales de los hechos que nos tocan vivir. No creamos que todo lo nuevo es nuevo. Sepamos analizar los hechos de hoy mirando al futuro pero sin perder de vista sus causas más profundas y enraizadas en la historia.
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