21/05/2021
Desde su creación, en 1991, el Mercosur fue considerado un proyecto estratégico para los países del cono sur del continente americano. El acuerdo inicial entre Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay buscó otorgar estabilidad a las instituciones democráticas de las respectivas repúblicas, aunque rápidamente el eje pasó hacia la economía y la posibilidad de revitalizar a los sistemas productivos. En ambos planos, el fortalecimiento de las capacidades científicas y tecnológicas ofrecía una contribución directa al modelo de desarrollo social y económico enunciado. Un fortalecimiento basado en las importantes sinergias y complementariedades que podrían alcanzarse a la luz de un espacio institucional ampliado.
El Mercosur atravesó diferentes etapas que dejaron huellas tanto en las políticas como en los instrumentos de integración. La primera etapa del Mercosur, en la década de 1990, fue caracterizada por los procesos de apertura, desregulación y liberalización de los mercados. Así, el acento de la primera década estuvo puesto en obtener las ventajas derivas de una eficiencia económica producto de una mayor escala y un nuevo flujo de comercio entre los socios. En la segunda etapa, a principios del 2000, con un cambio de orientación política en los gobiernos de América Latina, el Mercosur recuperó otras dimensiones de la visión estratégica inicial y avanzó hacia una agenda multidimensional; sin embargo, la crisis internacional del 2008 generó un nuevo proceso de estancamiento y un nuevo retroceso a los aspectos puramente comerciales. Entre 2015 y 2019, el proyecto del Mercosur sufrió ante la falta de compromisos y acciones efectivas mientras su marca solo se enunció como recurso para buscar acuerdos con otros bloques externos a la región.
A treinta años del inicio del proceso de integración del Mercosur la reflexión en torno a la implementación de una política científica y tecnológica regional no sólo es oportuna, sino que también es necesaria. El avance de la ciencia y la tecnología para la innovación en las últimas décadas ha demostrado que la capacidad para generar y aplicar nuevos conocimientos es esencial para un desarrollo vigoroso, autodeterminado y basado en principios como la equidad, la inclusión, la diversidad y la sostenibilidad. Si bien los países del Mercosur realizaron avances importantes en términos individuales, aunque insuficientes para cerrar las brechas entre sí y con los principales países desarrollados, los desafíos que enfrentan reafirman que para un progreso a mayor ritmo y con logros más transformadores requieren de fortalecer el trabajo en conjunto.
La cantidad de investigadores en I+D por millón de habitantes en el Mercosur se triplicó entre 1997 y 2017[1]. Si bien todos los países experimentaron una mejora, los incrementos más importantes tuvieron lugar en Brasil y Uruguay. En términos comparativos, en el mismo período, la cantidad de investigadores en I+D en el resto de América Latina evolucionó con poco dinamismo, a excepción de Costa Rica, y por debajo del cambio experimentado por la Unión Europea donde el total de investigadores se duplicó.
La inversión en I+D como porcentaje del PBI, aún con ciertos altibajos y disparidades entre los países del Mercosur, muestra un camino ascendente en los últimos veinte años, con un incremento promedio que alcanza el 80% para la región entre 1996 y 2017. En esta dinámica se destacan Paraguay y Uruguay con los mejores resultados, aunque son también los países que comenzaron con los coeficientes más bajos. Este dato es contrastante con el magro resultado del resto de América Latina, cuyo promedio permaneció prácticamente estancado. En el caso de la Unión Europea, la mejora de este indicador, en igual período, fue cercana al 30%. No obstante, los montos absolutos de inversión en I+D ubica a cada espacio regional en rangos muy distintos. A las diferencias en los volúmenes de recursos que se movilizan en cada espacio económico (la Unión Europea supera en más de 7 veces al conjunto del Mercosur) se le suma que los porcentajes siguen siendo mayores en el continente europeo: la inversión en I+D sobre el PIB en el Mercosur fue del 0,61% en el 2017 y en la Unión Europea el 2,17%.
Las dificultades que han marcado al Mercosur para constituir un ámbito regional con capacidades compartidas también se reflejan en la trayectoria de la política científica y tecnológica del bloque. La agenda se apoyó fundamentalmente en la creación de instancias de diálogo y acuerdo institucional como la Reunión Especializada de Ciencia y Tecnología (RECYT) mientras que las iniciativas para asumir de forma compartida los riesgos intrínsecos del desarrollo tecnológico no lograron una relevancia decisiva. Algunos de los ámbitos ya existentes al momento de la creación del Mercosur mantuvieron una dinámica inercial y paralela a la agenda del bloque. En general, las acciones que pretendieron ser más transformadoras tuvieron un apoyo político esporádico, unilateral y sin una asignación significativa de recursos.
En estas últimas décadas, Brasil ha sido reconocido internacionalmente por sus avances en tecnologías ligadas a la explotación de petróleo a través de Petrobras, por sus logros en ingeniería aeronáutica o sus estrategias para el desarrollo local de tecnologías vinculadas a la salud. Argentina también ha logrado progresos relevantes en materia de tecnología satelital o en el desarrollo de semillas y otros capítulos de la biotecnología. A su vez, continúa superando hitos en materia nuclear y apostó a un mayor grado de independencia en radares y comunicaciones. El desarrollo del software ha tenido un resultado interesante con casos de éxito en Argentina, Uruguay y Brasil. También los Estados miembro ampliaron sus sistemas universitarios, avanzaron en los rankings internacionales y fortalecieron sus sistemas de promoción en ciencia, tecnología e innovación a través de Agencias especializadas con competencias crecientes en materia de evaluación y gestión de fondos. A estas capacidades individuales se le suman algunos proyectos bilaterales, especialmente entre Argentina y Brasil, destacándose los vinculados a las plataformas de informática y biotecnología; y, más recientemente, al ámbito satelital para un mayor conocimiento del mar a partir del acuerdo entre las respectivas instituciones referentes en materia de tecnología aeroespacial.
Más por omisión que por decisión, en ciencia y tecnología el Mercosur sostuvo durante las últimas décadas un espacio intergubernamental sin ampliarse al resto de la sociedad civil ni influir en los proyectos empresariales. Por momentos, ganó protagonismo como recurso de vinculación con la Unión Europea y otros ámbitos extrarregionales. Pero aún está pendiente hacer de la ciencia y la tecnología un bien público de carácter regional. En la actualidad, el Mercosur tiene una nueva oportunidad para retomar la senda de la integración estratégica, redoblar los esfuerzos y lograr que el mercado común sea una plataforma no sólo para el aprovechamiento de economías de escala y aglomeración en la producción de bienes y servicios sino, particularmente, en la creación de conocimiento y tecnologías que contribuyan a fortalecer el margen de acción de sus socios y del proyecto colectivo para delinear un futuro propio en un contexto de globalización en crisis.
Fernando Peirano es Presidente de la Agencia I+D+i; y junto con Patricia Gutti, son investigadores de la Universidad Nacional de Quilmes, especialistas en políticas en ciencia, tecnología e innovación.
Este artículo es una versión abreviada del texto publicado en el libro “Mercosur. Una política de Estado”. 30 años del Mercosur, Presidencia de la Nación (Argentina).
[1] Los datos utilizados corresponden a Banco Mundial y Eurostat.
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