03/07/2024
El próximo domingo 7 de julio, los franceses tendrán que confirmar -o no- su intención de confiar el poder al Rassemblement national (RN), el partido de derecha radical heredero del ultraderechista Front national fundado por Jean-Marie Le Pen en 1972. La principal incógnita, a estas alturas, es la de la magnitud de su victoria anunciada por todas las encuestas. ¿Mayoría absoluta o mayoría relativa? No se trata de un matiz, es imprescindible saber si el partido de Marine Le Pen y Jordan Bardella, que estaría llamado a convertirse en primer ministro, será capaz de llevar a cabo su programa o si tendrá que negociar las condiciones con otros socios. En las últimas horas, intensas negociaciones en el seno de los tres grandes bloques políticos han tenido como objetivo, para algunos asegurar la consolidación de sus posiciones, para otros hacer todo lo posible -a pesar de las sólidas diferencias- para reconstituir un "frente republicano" contra el partido que salió victorioso el 30 de junio y evitar así que la extrema derecha tome el poder. La tarea es compleja ya que los intereses y objetivos son contradictorios. Y tanto es así que los votantes parecen decididos a darle la vuelta a la tortilla.
Estas elecciones, deseadas por el presidente Emmanuel Macron en la noche de las elecciones europeas perdidas del 9 de junio, son históricas en más de un sentido. Ya están sacudiendo la vida política francesa al menos tanto como lo había sido con la elección de François Mitterrand en 1981 con el apoyo del Partido Comunista Francés; pueden cambiar profundamente la situación de los equilibrios europeos, tal vez tanto como lo hizo el Brexit. Como se puede ver, si esta elección es histórica, no es inédita en el viejo continente. Es demasiado pronto para medir su alcance real y evaluar sus consecuencias; dada la excepcionalidad de esta cita con las urnas, se debatirá durante años y habrá muchas lecciones por aprender por los observadores de la vida política y luego por los historiadores. Llegados a este punto, me limitaré a extraer tres lecciones inmediatas de la primera ronda.
Abordar las preocupaciones cotidianas
La primera lección viene del Reino Unido, donde los británicos también participan en elecciones anticipadas esta semana. El líder del Partido Laborista, Sir Keir Starmer, declaró que "la victoria de la derecha radical dio a los progresistas una lección: deben responder a las preocupaciones diarias de la gente, de lo contrario corren el riesgo de ser sancionados como el gobierno francés". James Carville, asesor del candidato Bill Clinton en 1992, lo dijo en otras palabras: "¡Es la economía, estúpido!". Aunque necesariamente deba actuar de acuerdo con la geopolítica, la prioridad para un gobierno debe seguir siendo el poder adquisitivo, el empleo, la salud y la jubilación (e, inevitablemente, la seguridad). Implicado en Ucrania, comprometido con la reestructuración europea, centrado en los Juegos Olímpicos de París, brillante en la escena internacional, Macron ha dado -erróneamente sin duda- la impresión de estar desinteresado por sus compatriotas más modestos. No lo han perdonado. "Es la economía", entonces, pero en la mente de la población, no es la macroeconomía, es la economía del poder adquisitivo, de los fines de mes difíciles y de las desigualdades en un mundo en deterioro.
La venganza de los zombis
Segunda lección: Emmanuel Macron llegó al poder en 2017 con la promesa de reinventar el modelo político francés que consideraba desgastado. Ha construido una coalición electoral "ni de derecha ni de izquierda" para seducir a unos votantes cansados de años de polémicas estériles y agotados por una sucesión de gobiernos decepcionantes (de Jacques Chirac a François Hollande, pasando por Nicolas Sarkozy). Los franceses intentaron el experimento, pero la heterogénea coalición no se sostuvo. El presidente no lo vio o no quiso verlo y no consideró útil tener un partido real, máquina electoral y caja de herramientas para la reforma. Considerando que solo él encarnaba el cambio y tenía carta blanca para transformar el país, el dejo su movimiento convertirse en una cáscara vacía y su apoyo popular se desmoronó. La aventura iniciada en 2017 resultó ser un salto al vacío: diputados y ministros de la sociedad civil, inexpertos frente a movimientos sociales a gran escala; una coalición ineficaz de personalidades de diferentes orígenes, que sólo tenían en común la voluntad, sin duda sincera, de llevar a cabo reformas dolorosas que en el fondo los franceses no querían; respuestas tecnocráticas a crisis sociales o sanitarias como la COVID... Los reformistas no vieron que los dos bloques se reconstruyeran espontáneamente en sus extremos. Como en una película de terror, de los cuerpos inanimados de los partidos de izquierda y derecha democráticas han surgido zombis revanchistas: le Rassemblement national al final de la derecha y La France insoumise en la extrema izquierda han sabido capitalizar la indefinición y la empatía de un centro heterogéneo y artificial. Preocupados, los votantes ahora dicen que necesitan definiciones y direcciones claras para lidiar con los temores existenciales inspirados por un mundo fragmentado que está experimentando cambios profundos.
La República y sus salvaguardas
Por último, la tercera lección (para tranquilizarnos): la llegada -ahora posible- del Rassemblement national al poder, al igual que la de Donald Trump en Estados Unidos, sería inevitablemente un shock, a fortiori en un país fundador de la Unión Europea, que es también la segunda economía más grande de Europa (que a su vez está en proceso de giro hacia la derecha como Italia, los Países Bajos y Alemania). También sería un gran salto hacia lo desconocido, ya que los líderes parecen estar motivados esencialmente por su miedo a los demás, su miedo a degradarse y su miedo a un mundo amenazante. Son preocupantes porque muestran posiciones xenófobas -incluso abiertamente racistas- sobre la inmigración, antieuropeas y populistas al proponer respuestas simplistas a problemas complejos; de ahí el reflejo de los demócratas que, durante la brevísima campaña actual, están uniendo fuerzas no en torno a un proyecto común sino para evitar que gane la "extrema derecha". Estas maniobras políticas no se entenderán necesariamente: muchos franceses se han acostumbrado a la presencia de este partido que se ha "desdemonizado" gradualmente y que ya no inspira, con razón o sin ella, los mismos temores. Además, es obvio, lo veo en mi pueblo, los votantes que votaron a RN el domingo pasado no son todos, ni mucho menos, racistas, autoritarios o antieuropeos. Simplemente quieren ser escuchados y tomados en cuenta, cueste lo que cueste. Para muchos votantes, además, de los que se puede decir que están jugando con fuego, sólo el ejercicio del poder les permitirá juzgar la realidad de la evolución del RN. Y muchos de ellos, hoy, están dispuestos a correr este riesgo.
El riesgo, es cierto, se ve atenuado por la presencia de controles y contrapesos que se supone limitan la libertad de acción de quienes están en el gobierno. En primer lugar, en el sistema francés, el poder ejecutivo tiene dos cabezas, entre un Presidente de la República que "preside" –y que recuperará dentro de un año la capacidad de disolver la Asamblea Nacional y convocar nuevas elecciones– y un Primer Ministro que "gobierna"; sin embargo, la Constitución de la Quinta República es bastante clara en cuanto a las responsabilidades de cada uno en este sistema de doble clave. En segundo lugar, la Asamblea Nacional, que da legitimidad al jefe de gobierno, no es la única cámara que conforma el Parlamento: el Senado, elegido por sufragio indirecto por los representantes electos locales, desempeña un papel importante en la aprobación de la ley y las dos asambleas deben negociar. Por último, una serie de instituciones controlan la constitucionalidad y la legalidad de la acción del Gobierno: el Consejo Constitucional y el Consejo de Estado en particular. A estos controles se suman los que ejercen sobre el terreno las asambleas locales y regionales y, desde Bruselas y Estrasburgo, las instituciones de la Unión Europea, que tienen un peso considerable dados los compromisos del país. Por último, los sindicatos, los partidos y los medios de comunicación, junto con los demás componentes de la sociedad civil, constituirán importantes salvaguardias.
Francia se prepara para dar un gran paso: o salta a lo desconocido o se vuelve ingobernable por un tiempo. En cualquier caso, no se puede descartar totalmente que el suelo se esté deslizando debajo de ella.
Pierre Henri Guignard: Ex embajador de Francia en Argentina (2016-2019), acaba de publicar una biografía: "El último escritor diplomático: la vida de Pierre-Jean Remy, Excelencia inmortal" (L'Harmattan)
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