02/03/2022
Con la anexión de la península de Crimea en el año 2014 se removieron definitivamente los cimientos de la pretendida arquitectura de seguridad europea. El rechazo del principio de intangibilidad de las fronteras por parte de Occidente discurre hoy para iluminar los acontecimientos en Ucrania. Nuevamente una guerra a las puertas de Europa. Una Europa vacilante, siempre espectadora, que no puede o no quiere imponerse ante los designios de los EEUU, trae como resultado renovados signos de que las violaciones al derecho internacional por parte de las grandes potencias, los comportamientos escurridizos y la decisión de no asumir responsabilidades siguen cayendo como las bombas sobre la población civil.
Con el decretado fin de la Guerra Fría, se disolvió una de las dos grandes alianzas militares que habían protagonizado ese período: el Pacto de Varsovia. Ese auspiciado fin de la Guerra Fría no significó el abandono de los intereses nacionales por parte de la que pasaría a llamarse más tarde Federación Rusa. Fue un momentum en donde la implosión del gigante compuesto por 15 repúblicas comenzaba a desmembrarse. Vale hacer una aclaración: mientras siga en pie el sistema de guerra y la voluntad belicista podemos poner en duda el anunciado final de un período de casi 50 años. Tal sistema de guerra incluye imágenes enemigas, símbolos que transcurren más allá del componente “hard”; éste incorpora la idea de no resignar la primacía; un sistema que genera una especie de belicismo autosostenido. America First resume la concepción.
La alianza que representaba los intereses de seguridad occidentales sobrevivió. La OTAN había sido creada en el año 1949 con el objetivo de defensa colectiva frente a la posibilidad de un ataque ruso contra algún miembro de esa alianza. La OTAN no dejó nunca de ser parte de ese sistema de guerra asociado al sostenimiento, consolidación y protección de la primacía. ¿Se desmanteló ese sistema diseñado desde los EEUU?: no. ¿Se mantienen presentes los factores que generaron lo que llamamos guerra fría?: sí.
La década del 90 no trajo paz al mundo. Numerosos conflictos armados estallaron. Esta vez se hacía evidente que las guerras internacionales decrecían dando paso a los conflictos armados dentro de las fronteras de muchos Estados. Conflictos armados que mezclaban componentes diversos de nacionalismo, identidad, tribalidad, pero sobre todo estaban atravesados por los resabios de un pasado colonial, y, además, de opresión y de competencia tan propio de ese largo período de competencia entre EEUU y la URSS. Es decir, la maquinaria necesaria para la guerra tanto interna como internacional se mantenía en pie.
Al decretar el fin de la Guerra Fría, la literatura especializada se hacía eco del triunfo de Occidente, y, por lo tanto, de la existencia de un nuevo paradigma en la política internacional que integraba lo geopolítico (aunque esta concepción va a reaparecer dos décadas después), lo económico y financiero, lo político y cultural. El mundo entraba en fase capitalista de manera triunfante y definitiva.
A fines de la década del 90 se produce el primer punto de inflexión en las relaciones entre Occidente y Rusia. Es en el año 1997 cuando EEUU decide la ampliación de la OTAN hacia el este de Europa. Las resistencias francesas, las recomendaciones de importantes estrategas para que se desista de tal determinación no lograron torcer la decisión de inclinar la balanza en consonancia con los intereses norteamericanos. De alguna manera la alianza militar tenía que demostrar su razón de existencia en un mundo que “había dejado atrás” a la Guerra Fría.
Como sostiene Pepe Paradiso, mientras persista el sistema de guerra, los ingentes y cada vez más abultados gastos en defensa, la predisposición a participar de guerras reales o inventadas, es difícil pensar en un esquema de abandono total de la atmósfera de guerra fría.
Por lo tanto, Hungría, Polonia y República Checa serían el destino para tal ampliación. La instalación de radares interceptores de misiles sin demasiados artilugios que lo justifiquen se puso en marcha.
En Europa, para entonces, se libraban las guerras más cruentas que se recuerden desde la Segunda Guerra Mundial. La Yugoslavia que se había creado luego de la primera guerra era terreno de combates y de las más graves violaciones a los Derechos Humanos y al Derecho Internacional humanitario. ¿Pudo Europa prevenirlas? ¿Pudieron las organizaciones internacionales hacer algo más que enviar contingentes para “proteger” a las poblaciones bajo fuego?
En el año 1999 la OTAN decide la apertura de lo que sería una política intervencionista que se va a extender más allá del fin del milenio y como tal, violadora del derecho internacional. Su incursión a través de un bombardeo en Kosovo sin previa autorización de la ONU, dio la primera muestra de una predisposición que renovaba el mandato de la alianza euroatlántica. Su origen defensivo viraba rápidamente a uno decididamente ofensivo echando por tierra cualquier posibilidad para el diálogo, la negociación e incluso la toma de decisiones de sus propios integrantes, excepto las que coincidían con los intereses norteamericanos.
La ilusión de una Rusia de rodillas, perdedora, humillada muy pronto comenzó a esfumarse.
La llegada de Vladimir Putin al poder en un principio estuvo rodeada de gestos de buena voluntad respecto de sus relaciones con Occidente particularmente hacia Alemania y Francia. La recuperación rusa era prioridad, pero eso nunca significó el abandono de los intereses nacionales históricos y menos aún de la protección de su propia seguridad. Es decir, ese espacio exterior o cordón de seguridad del espacio post-soviético debía mantenerse.
La firma del Acta fundacional sobre las Relaciones Mutuas de Cooperación y Seguridad entre la OTAN y Rusia en 1997 redundaron en un compromiso, un acuerdo de caballeros, no se trató de un tratado jurídicamente vinculante. Sin embargo, Rusia aceptaba la ampliación de la OTAN hacia el este, mientras…esto no significara la ruptura del equilibrio de fuerzas entre los antiguos competidores. Un equilibrio que involucraba tanto al armamento convencional como al nuclear. El acuerdo respaldado por Boris Yeltsin y Bill Clinton mostró algunas cuestiones de interés. El mandatario ruso era uno de los que había colaborado en la definitiva implosión de la URSS, las prioridades coyunturales que hicieron que Rusia aceptara la ampliación de la OTAN hacia el este fueron revertidas ni bien Vladimir Putin accedió al poder.
Resultado de la ampliación hacia el este, Polonia, Hungría y República Checa fueron incorporadas a la OTAN en 1999. Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Eslovenia y Eslovaquia serían incorporadas en 2004; Albania y Croacia lo harían en 2009. En la actualidad la organización está integrada por 28 países europeos y 2 del Continente Americano: EEUU y Canadá.
Con el nuevo milenio quedó claro que la intención del gerente de la OTAN iba más allá de los confines de protección de una Europa que se mostraba cada vez más vulnerable respecto de la dependencia estratégica de los EEUU. Los atentados a las Torres Gemelas y al Pentágono trajeron el correlato de la invasión/intervención en Afganistán acompañada esta vez por la anuencia de una organización internacional que aceptó sin atisbos el reclamo de los EEUU de actuar bajo el artículo 51 de la carta de la ONU. Fue por entonces que el ex presidente George W. Bush volvió sobre los pasos dados por su antecesor Ronald Reagan que en la década del 80 pretendió crear un escudo antimisiles “La Guerra de las Galaxias” que pudiera interceptar y neutralizar en la atmósfera un ataque misilístico hacia los EEUU. En esta oportunidad, el ex presidente Bush, producto de sus ansias de reflotar tal proyecto, decide abandonar el Tratado sobre Misiles Balísticos de 1972 (ABM) ya que, de acuerdo a su pretensión, obstaculizaba parte del proyectado escudo y, además, consideraba que el contexto internacional se había modificado de forma sustancial.
El Tratado ABM había sido uno de los pilares de la distensión o “détente” entre los EEUU y la URSS en plena guerra fría. El abandono del Tratado daba paso a la posibilidad de instalación de sistemas de defensa o escudo antimisiles en Polonia y República Checa a partir del año 2007.
En el año 2003, otra vez la maquinaria de guerra se ponía en marcha. El complejo militar/industrial se mantenía incólume. Las decisiones de una intervención militar sobre Irak recordaban un trabajo no consumado en el año 1991 sin que nadie levantara la voz para evitarlo sino lo contrario, algunos de los países de Europa acompañaron sin dudar una acción que se llevaba por delante, otra vez, al derecho internacional y otra vez, caían bombas sobre población civil.
El acercamiento entre quienes condenaron estas acciones, Rusia, Francia y Alemania, tuvo consecuencias.
Las relaciones entre Rusia, Francia y Alemania ya sea por su mirada respecto de la intervención de los EEUU en Irak, ya sea por la convivencia estratégica, ya sea por la cuestión de la dependencia energética atizaron los ánimos de la gran potencia en diferentes planos. No había lugar para desafiar a la hegemonía norteamericana.
El concebido espacio postsoviético entraba en ebullición. Las llamadas Revoluciones de Color repiquetearon como agudas amenazas en las puertas del Kremlin. Sin dudas se percibía que Occidente las animaba tanto desde adentro como desde afuera para arrastrar a muchas de las ex repúblicas soviéticas lejos de los espacios de identificación históricos rusos. Movilizaciones populares, callejeras, de oposición a los gobiernos casualmente comenzaron en 2003 en Georgia “La Revolución de las Rosas”, en 2004 “La Revolución Naranja” en Ucrania y en 2005 “La Revolución de los Tulipanes” en Kirguistán. No se trataba sólo de cambiar gobiernos para ser tentados posteriormente a ser parte de la Unión Europea, sino que el corolario era su futuro ingreso a la OTAN que avanzaba sin prisa, pero sin pausa. Era la percepción rusa. Esas movilizaciones sumadas a la apreciación de aguda amenaza a los valores, la identidad y la seguridad rusas, marcaron una trayectoria que discurriría con contundencia militar tiempo después.
La reacción a tal escenario fue la intervención rusa en Georgia en 2008 y la posterior intervención y anexión de Crimea en 2014.
De cierta forma la irresuelta situación que hereda Georgia respecto del reconocimiento de la independencia de Osetia del Sur y Abjasia por parte de Rusia, logró neutralizar “in eternum” su pretendida incorporación a la OTAN. De igual modo, el apoyo ruso a la región separatista del Donbass (Luhansk y Donetsk) en Ucrania, neutraliza las posibilidades del ingreso ucraniano ya que uno de los criterios no escritos del estatuto de la OTAN en su artículo X en la práctica general indican que el país postulante no posea conflictos irresueltos y menos aún respecto de cuestiones que involucren la integridad territorial con pretensiones separatistas.
Definitivamente, hoy las demostraciones de fuerza de uno y otro lado, como históricamente ha sucedido, revisan y reaccionan ante un equilibrio de poder que pretende ser re-explorado y corregido.
Más allá de algunas marchas y contramarchas en las decisiones tanto norteamericanas como rusas este recorrido traza parte del escenario que podría hacer comprensible la coyuntura atroz que hoy observamos en Ucrania en la que ganan unos pocos, como en el juego del calamar, y otros pocos, como Europa, miran el juego desde las gradas. La pregunta es: ¿alguien se lleva el premio?
Verónica Pérez Taffi es Presidenta de AERIA (Asociación de Estudios de Relaciones Internacionales Argentina). Candidata a Doctora en RRII de la USAL. Profesora USAL, UNTREF, UNDEF y UP.
Para recibir información sobre todas nuestras actividades: cursos, charlas, seminarios, exposiciones y más