27/05/2022
Todo lo que se podía opinar sobre la invasión rusa a Ucrania ha sido escrito. Los “expertos” se han dividido entre los que sostienen que la expansión hacia el este de la NATO constituyó una provocación no quedándole a Rusia otra opción que llevar a cabo una “operación militar preventiva”, como lo expresara el Presidente Vladimir Putin en su discurso del 9 de mayo para recordar la firma de los documentos de rendición de Alemania en Berlín en 1945, y los que afirman que forma parte de una estrategia de expansión iniciada con la aniquilación de la resistencia en Chechnya en 1999. Las razones objetivas tienen escaso valor para explicar la guerra; el alineamiento depende sobretodo de la ideología del analista.
La implosión de la Unión Soviética en 1991 después de un proceso de quiebre del poder centralizado, provocó la secesión de las repúblicas que habían firmado el Acuerdo de conformación en 1922. El Presidente Putin considera que ese Tratado constituyó una traición bolchevique porque concedió a las repúblicas fundadoras el derecho de separación rompiendo con la épica de los Zares. En el discurso citado, el Presidente Putin homenajeó a los generales del Imperio y a los héroes de la Gran Guerra Patriótica que mantuvieron el control de Ucrania como se denomina el período de junio 1941 a mayo 1945 de la II Guerra Mundial.
La expansión del Imperio de los Zares también formó parte de política de la Unión Soviética una vez consolidado el control del territorio después de la guerra civil de 1918/1921. La firma del Pacto Molotov-Ribbentrop en 1939 permitió la partición de los países de Europa Oriental con Alemania más los países bálticos (Estonia, Lituania y Letonia) en junio de 1940. El Pacto incluyó el reparto de Polonia; el ejército ruso, por decisión del Politburó Soviético conducido por Stalin, llevó a cabo la matanza de Katyn donde perecieron 22.000 oficiales y dirigentes polacos que estaban detenidos en las prisiones de Kalinin y Kharkiv entre abril y mayo de 1940 con el fin de eliminar toda resistencia y aspiración de independencia.
La colaboración entre la Unión Soviética, el Reino Unido y los Estados Unidos para derrotar a Alemania después de la invasión nazi conocida como “Operación Barbaroja” permitió que Joseph Stalin participara de la Conferencia de Yalta con Winston Churchill y Franklin D. Roosevelt el 4 de febrero de 1945 donde se acordó la distribución de las fuerzas de ocupación para evitar una confrontación entre los aliados. La Unión Soviética tomó el control de Europa Central mediante la instalación de “gobiernos amigos” en Alemania Oriental, Checoeslovaquia, Hungría, Polonia, Albania, Rumania y Bulgaria.
La Unión Soviética promovió activamente durante la Guerra Fría el proceso de descolonización para que EE.UU., Holanda, Bélgica, Reino Unido y Francia concedieran la independencia a sus colonias provocando un importante reordenamiento internacional. Sin embargo, estos cambios no alcanzaron a ninguna de las Repúblicas que formaban parte de su Imperio con la excusa de que mantenían una “asociación voluntaria” mediante “gobiernos independientes”: un Commonwealth al estilo soviético.
La ruptura en 1991 del sistema de control centralizado y represivo provocó un importante reordenamiento interno pero también la desazón de una elite que creció entrenada para continuar con el mismo paradigma y que le permitía un ejercicio del poder omnipotente. Vladimir Putin forma parte de ese grupo privilegiado educado, entrenado e identificado con los valores de pertenencia a la tradición. Putin sostiene que “Rusia es un país diferente, tiene un carácter disímil; nunca abandonaremos el amor de nuestra Madre Patria, nuestra fe y valores tradicionales y las costumbres de nuestros antepasado”. Rusia al igual que China pasaron del feudalismo al comunismo sin conocer la democracia.
La carta del Presidente Clinton apoyando al Presidente Biden relata las gestiones de los Estados Unidos de los años noventa para colaborar con Rusia en su transición y generar un marco de confianza entre sus fuerzas armadas y la NATO. La clave para la cooperación era que Rusia permaneciera como un país democrático y no revirtiera al ultranacionalismo con aspiraciones de reconstruir el Imperio de Pedro el Grande o Catarina la Grande. Rusia firmó en 1994 el Memorándum de Budapest que garantizó la soberanía e integridad territorial de Ucrania a cambio de la devolución de las armas nucleares. En 1997 se firmó el Acta NATO-RUSIA para la participación de Rusia en los temas de la NATO y se apoyó la incorporación al G-7 que se convirtió en G-8. Nada hacía prever los cambios con el ascenso de Putin.
La asociación de los países de Europa Central a la Unión Europea constituyó una elección natural para asegurar la continuidad de la democracia y lograr el progreso al igual que incorporarse a la NATO para evitar la militarización y contar con protección ante cualquier alteración de situación. Bill Clinton recuerda las palabras del Primer Ministro de Suecia “No fue la NATO que marchó hacia el Este, fueron los países satélites de la Unión Soviética que aspiraban ir hacia el Oeste”. La NATO no buscó a Finlandia y Suecia; estas naciones necesitan a esa organización para garantizar su integridad y soberanía.
La Unión Soviética dividió a Europa en zonas de influencia y cuando ésta se derrumbó como consecuencia de la voluntad de los mismos países también cayó esa frontera. Existen claros intentos de repetir esa aventura no solo en Europa sino también en Asia argumentando razones de seguridad nacional. Esos razonamientos fueron recogidos en la Declaración de Beijing entre Rusia y China firmada el 4 de febrero como si ambos tuvieran el derecho de establecer las nuevas fronteras de la coexistencia.
Los temores de Bill Clinton fueron confirmados con la alianza de Rusia con Bielorusia, la guerra de Georgia, la participación en Siria y la anexión de Crimea en 2014. También se pueden señalar los ataques cibernéticos, la interferencia en los procesos electorales y el apoyo económico a los partidos políticos afines en Europa y América repitiendo la experiencia de la ayuda que recibían los partidos comunistas para sus campañas electorales y para apoyar la posición internacional de la Unión Soviética.
El 17 de diciembre del año pasado Rusia presentó sendos proyectos de Acuerdo Rusia-EE.UU. y NATO-Rusia sobre garantías de seguridad fijando las restricciones para el despliegue de armamento, incluyendo misiles, y fuerzas militares en Europa. La publicación y los términos de los borradores aceleraron el rechazo porque imponía restricciones a la política de “puertas abiertas” de la NATO y fijaba condiciones que limitaban el derecho soberano de los países de decidir sus políticas de relaciones exteriores. Los textos parecían más un ultimátum que borradores de negociaciones teniendo como fondo la ocupación de Crimea, fuerzas militares rusas en la región de Donbas y concentración de tropas en las fronteras con Ucrania y Moldavia. Ya sonaban los tambores de la guerra.
La invasión rusa a Ucrania se inscribe dentro de la patología de Vladimir Putin y sus continuos lamentos por la pérdida de influencia de Rusia después de la debacle de 1991. Desde esa época hasta el presente Europa llevo a cabo una política de apaciguamiento tratando de contentar las demandas y encadenándose a la dependencia del gas y petróleo ruso. Los EE.UU. a pesar de la retórica convivieron con esa política y aceptaron la situación en Chechenya, Bielorusia, Georgia y Crimea. Todos esos acontecimientos aceleraron en los países que sufrieron 50 años de totalitarismo la percepción de que estaban nuevamente en presencia de un líder totalitario y megalómano.
La avidez de Vladimir Putin implica un retroceso y echa por la borda décadas de paz y progreso. Las consecuencias son graves porque ha generado un escenario de inestabilidad y enfrentamientos que serán muy difícil de superar sin un cambio radical. Todo el mundo está sufriendo las derivaciones de este conflicto pero nada tiene parangón al sacrificio del pueblo ucraniano que está viendo las muertes y la destrucción de su país. No se trata de una operación “preventiva”, Putin quiere retrotraer a Ucrania 100 años en su historia. No caben segundas lecturas o interpretaciones. La historia enseña sobre los peligros de estos individuos y es penoso que vuelvan a repetirse a pesar de las experiencias del pasado.
Felipe Frydman es economista y diplomático. Ex Embajador Argentino ante el Reino de Tailandia
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