26/01/2021

Política pública en clave siglo XXI, en y post pandemia

El siglo XXI comenzó con un Estado debilitado y una pandemia que acentuó una de las paradojas más inquietantes que acompaña a esta creciente fragilidad: su rol es cada vez más necesario. La crisis que suscitó esta amenaza global revalorizó la necesidad de que quien nos organiza sepa y tenga cómo afrontar cualquier riesgo de esta magnitud. Pero a su vez, constata una y otra vez, que el Estado solo no puede dar soluciones al bien público o común. No tiene el poder ni las herramientas suficientes. Y particularmente, ya no cuenta con la confianza de quienes tiene que conducir.

Esta situación, junto a algunas notas propias de este siglo, que mencionaré a continuación, da cuenta de la necesidad de un cambio en la forma de entender y desarrollar las políticas públicas.

La diversidad y el fin del discurso único. La sociedad está empoderada, y con ella su diversidad. Es protagonista, pero no es homogénea. Y esto hace muy difícil la representación. Además, la tecnología amplifica las diferencias, permite que los distintos se junten y su poder se incremente, incluso traspasando fronteras, complejizándole al Estado la articulación del bien de todos. Una sociedad civil más heterogénea que desafía los acuerdos comunes de las democracias actuales.

La dispersión del poder en más actores que el Estado. Sectores privados y organizaciones de diverso tipo con más poder y recursos que muchos Estados, o con más capacidad de influir en los ciudadanos, de llegar a ellos e incluso de lograr de ellos fidelidad y conductas, desafiando los canales clásicos de participación ciudadana.

La crisis de la política como profesión y vocación de los que conducen el bien de toda la comunidad. El ciudadano ya no se fía de los políticos ni de sus intenciones. Y éstos se perciben como una casta que juega sus propios intereses. Nuevas pertenencias y nuevos colectivos parecen brindar soluciones mejores que la política.

El significado y poder que toma la tecnología como medio, con su capacidad de dar nuevas soluciones para todo lo que signifique ordenar, articular, vincular, participar, acercar. Como recurso de poder, es el más importante, porque además es el que permite el ingreso, presencia, uso y control de los nuevos espacios, sobre todo del ciberespacio, un común lugar central en este siglo.

Cada una de ellas, o todas ellas juntas, generan un escenario que obliga a la política a replantear el modo de gestionar. No se trata ya de ganar una elección e imponer un modo. Conducir un vivir juntos es un desafío diferente que requiere habilidades y herramientas distintas: la política pública requiere re pensarse. Se necesita un Estado más abierto y menos absoluto, consciente de su limitación, pero también de su responsabilidad. Señalaré algunas ideas para aportar en esta línea.

En el diseño de la política, es necesario ampliar la mesa sumando actores. En primer lugar, a quienes estaban trabajando en políticas del sector (funcionarios e incluso antecesores), pero además, los tanques de pensamiento o universidades de la zona que ocupe la respectiva política. El actor académico puede aportar diagnosticando, estudiando lo realizado y parametrizando para después evaluar resultados. A su vez, si el tema es estratégico, será necesario sumar a las oposiciones políticas (minorías políticas que representan diversos valores y también distintas miradas). Siempre habrá una decisión que no tenga la pureza de lo pretendido, pero que podrá sostenerse porque quienes puedan ser gobierno en el futuro se comprometieron en el diseño.

Es necesario, además, incorporar tecnología. Facilita herramientas que con creatividad permiten nuevas formas de vincular, participar, relacionar y brindar servicios. El sector privado puede dar un aporte en este sentido. Ha dado muestras en pandemia que también puede comprometerse para afrontar, junto al sector público, algunas carencias y necesidades de las propias comunidades.

En la toma de decisión, las herramientas deben tener la misma impronta. Si la política es quien debe conducir, necesita convocar al resto de los actores que tienen algo que ver con las decisiones de políticas que se requieren tomar. O porque serán afectados, favorecidos o implicados. Quizás porque tienen algo que aportar. Pero el Estado ya no puede tomar estas decisiones solo si pretende sostenerlas en el tiempo y lograr efectividad.

En cuanto a la implementación, la pandemia es muy esclarecedora en tanto pone en evidencia quiénes son los que llegan directamente al territorio. Municipios y el tercer sector son centrales para implementar determinadas políticas. Muchas veces incluso el sector privado. Si se conducen desde lo local, con aval o incentivos nacionales, pueden ser, por ejemplo, un sector clave a la hora de definir capacitaciones locales para una demanda laboral concreta.

Por último, para todo el proceso -diseño, decisión e implementación-, la crisis pandémica ha hecho evidente tres herramientas que están demostrando algunos caminos posibles para una nueva forma de gestionar:

Primero, bajar el nivel de decisión a lo local, de manera de generar más cercanía e involucramiento de los actores y de los ciudadanos. Además, ayuda a reconstruir la confianza.

Segundo, ser creativos en las formas de participación ciudadana. La imposibilidad de representar la rica diversidad, obliga a pensar nuevas formas. El ejemplo de los juicios por jurados para la Justicia, en los que la participación se da a través de un sorteo puede ser digno de estudiarse para las políticas públicas. El sorteo asegura que la participación sea aleatoria, genuina y más responsable.

Y tercero, pero no por eso menos importante, debemos hacer esfuerzos por profesionalizar el Estado. Ya no es más o menos Estado: es un Estado distinto. Que tenga funcionarios con consciencia de la limitación actual del mismo, de la necesidad de articulación y de su responsabilidad por custodiar el bien público. Quien controle y audite a esos sectores no públicos (es decir sin responsabilidad política, sino social o sectorial o privada) tienen que ser profesionales del Estado y no funcionarios que arriban a la conducción de esas políticas por reparto del poder.

En definitiva, articular es el verbo que debe caracterizar a la política pública en clave siglo XXI. Y ese verbo sólo pueden encarnarlo liderazgos políticos y sectoriales, de un tipo diferente al tradicional. Que no tema empoderar a otros para mejorar el resultado colectivo, que sabe qué es liderar con otros y para todos.

 

Lourdes Puente es politóloga (UCA), Magister y Doctoranda en Relaciones Internacionales. Directora de la Escuela de Política y Gobierno (UCA). Docente en las universidades Católica Argentina y Austral. Presidenta de la Red Nueva Acción Política. Vicepresidenta de la Fundación Universitaria del Río de la Plata. Miembro de la Comisión Asesora del Instituto Iberoamericano de Educación y Productividad (IIEyP) en Argentina.

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