14/03/2022

EN BUSCA DE UNA RESPUESTA GLOBAL PARA LOS REFUGIADOS

La actual invasión de Rusia a Ucrania vuelve a colocar a un país europeo en una situación de movimiento de personas desplazadas donde, a sólo quince días de inicio del conflicto, ya está superando los dos millones fuera del país de origen y se calcula en otros dos millones a los desplazados internos. Asimismo, la predicción de las Naciones Unidas es que esta cifra podría llegar a los cuatro millones. Es la migración forzosa que más ha aumentado en Europa desde la Segunda Guerra Mundial donde se calcula que huyeron de sus países cerca de 20 millones.

Los refugiados desde Ucrania se han dirigido mayoritariamente a Polonia (1.500.000); centenares de miles a países vecinos como Hungría (255.000), Eslovaquia (186.000), Rumania (105.000), Moldavia (85.000); y alrededor de 300.000 a otros países europeos.

A diferencia de otros desplazamientos forzados, en éste son amplia mayoría las mujeres y los niños, ya que los hombres de 18 a 60 años, tras la aplicación en Ucrania de la Ley Marcial, tienen prohibida la salida y se los obliga a permanecer para formar parte de la resistencia armada.

Los desplazamientos forzosos de población, por causas asociadas a la necesidad de alimentos, al deterioro del medio ambiente, a la violencia y las guerras, o a la ocupación de nuevos territorios, han sido parte de toda la historia de la humanidad. En algunos períodos estos movimientos se realizaron con facilidad y en otros se encontraron con limitaciones impuestas por las poblaciones receptoras.

Los cambios ocurridos en los movimientos internacionales de población presentan verdaderos desafíos, tanto en las respuestas sociales como institucionales. Las dinámicas globales de pobreza, desplazamientos masivos, desastres ambientales y conflictos armados, han creado niveles nunca antes vistos de expulsión social, especialmente en el Sur global, pero ahora también en el Norte global, aunque a través de acontecimientos diferentes.

Sumado a las cuestiones económicas, otras causas visibles de las migraciones se encuentran en los conflictos armados, ya sea internos o externos, y en los cambios climáticos que en forma creciente están produciendo movimientos de población. Así, se observa un incremento exponencial de personas refugiadas y desplazadas forzosas.

En el caso de los refugiados, se pasó de 10 millones en 2010 a 20,4 millones en 2020; y los desplazados aumentaron de 41 millones en 2010 a 82,4 millones en 2020, alcanzando entre los más numerosos, alrededor de 6,5 millones de la República Árabe Siria; 5,4 millones de Palestina; 5 millones de Venezuela; 2,7 millones de Afganistán; 2,3 millones de Sudan del Sur y 1,1 de Myanmar, de los cuales el 85% están alojados en países en desarrollo. Muchos hacinados en condiciones precarias por mucho tiempo como, por ejemplo, el cuarto de los refugiados palestinos que hace 70 años viven en campamentos.

La primera ola de los principales flujos de refugiados y desplazados en el mundo (alrededor de 5 millones) ocurrió en Europa entre 1914 y 1922, durante la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa. Fue consecuencia de la aparición de nuevos medios de transporte, los asentamientos coloniales y especialmente de la expansión de los Estados Unidos.

Esta ola se encontró con un incremento de los controles de frontera de los países receptores que, desde principios del siglo XX, comenzaron a implementar políticas migratorias más selectivas. Frente a esta situación es en la década de 1920 que comienzan aparecer las primeras organizaciones de protección al refugiado, como el Alto Comisionado de la Naciones Unidas para los Refugiados, creada en 1921 por el doctor Nansen, en sus inicios, para proteger a los refugiados rusos.

Durante la Segunda Guerra Mundial, aproximadamente 40 millones de refugiados partieron desde Europa. Frente al inicio de este flujo, que comienza a partir de las leyes de Nuremberg en 1936 (por las cuales la población judía perdía todos sus derechos) los países occidentales decidieron realizar en 1938 la Conferencia de Evian. En aquella oportunidad, la gran mayoría de los países asistentes rechazó facilitar la llegada de judíos (salvo México, República Dominicana y Venezuela). Y fue en ese período, donde Siria ,Egipto y Palestina fueron los países que acogieron más refugiados europeos.

Frente al grave problema de los desplazados y refugiados europeos se creó en 1943 la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados, reemplazada entre 1947 hasta 1952 por la Organización Internacional para los Refugiados (OIR). Finalmente, en 1949 la Asamblea General de la Naciones Unidas establece el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) y en 1951 se crea el Comité Provisional para los Movimientos Migratorios de Europa (CIPME), que pasa en 1952 a ser el Comité Intergubernamental para las Migraciones Europeas (CIME), transformado luego en la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).

Durante la década de 1980 los movimientos de refugiados y desplazados se dieron desde Asia, África y América Latina frente a una Europa aislada.
En la década de 1990 es Europa la que vuelve a enfrentar la crisis de refugiados luego de la ruptura del bloque soviético y la implosión de la ex Yugoeslavia. Por otra parte, con el objetivo de “combatir al terrorismo”, las potencias occidentales invadieron Irak y Afganistán, provocando una ola de desplazados que alcanzó a más de un cuarto de millón de personas.

En el siglo XXI, con un pico en 2014 y 2015, los refugiados de Siria, Libia, Afganistán, Somalia, Irak, Sudan y República Democrática del Congo se trasladaron por nuevas rutas a través de los Balcanes y de Europa del Este, intentando llegar a países europeos como Alemania, Suecia, Dinamarca y el Reino Unido. No obstante, el 80% de los refugiados se encuentra actualmente en países de África, Asia, Medio Oriente y América Latina.

Frente a estas situaciones, se observa que el derecho a migrar, a la libre movilidad de las personas y al asentamiento regular de las mismas se ha ido restringiendo durante las últimas décadas en gran parte del mundo, especialmente en el mundo desarrollado. En el pasado, la mayor parte de las barreras y los muros fronterizos se construyeron para contener a los ejércitos extranjeros y proteger a las poblaciones. A mediados del siglo XX (como en el caso del Muro de Berlín) para evitar la salida de personas.

Las vallas fronterizas construidas actualmente tienen entre sus objetivos principales proteger al territorio de la entrada de “migraciones ilegales”. Quizás nunca desde el Medievo se levantaron tantas barreras para impedir el libre movimiento de las personas en nombre de “la seguridad fronteriza”.

En la actualidad, frente a la implosión de desplazados ucranianos se ha producido una apertura solidaria de las fronteras europeas. Así, Bruselas adoptó la norma de acogida ilimitada de refugiados y diferentes países en el mundo han adoptado programas especiales para la acogida y atención de esta migración. En ese sentido es destacable la recepción de los refugiados ucranianos por parte de los países europeos, en especial los limítrofes, donde la proximidad cultural juega un rol predominante, encontrando casos como el del presidente de Hungría, activo xenófobo enemigo de los migrantes africanos y asiáticos, que ha viajado hasta la frontera con Ucrania, prometiendo “hacer entrar a todos” los refugiados del vecino país.

Frente a esta respuesta solidaria surge la esperanza de que la misma pueda generalizarse en todo el mundo en función de los derechos humanos de aquellos que deben partir de sus países de origen para su protección, la de sus familias y la de todos los que se encuentran frente a la amenaza de su libertad o de su vida.



Lelio Mármora es sociólogo, director del Instituto de Políticas de Migraciones y Asilo (IPMA). Director de la Maestría y Carrera de Especialización sobre Políticas y Gestión de Migraciones Internacionales (UNTREF).
 

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