04/01/2017

¿El comienzo de una nueva era?

El fin de 2016 marca, también, el fin de un proceso iniciado con la caída del Muro de Berlín veintisiete años atrás. En aquel entonces, se consideró que ese hecho implicaba el final acelerado de un siglo caracterizado por las dos grandes guerras y el inicio de una nueva etapa de grandes avances en estabilidad y paz que favorecerían a los procesos de integración.

La combinación de democracia y capitalismo debía hacer posible que el proceso se orientara en esa dirección. Sin embargo, la realidad signada por la emergencia de cuestiones étnico-religiosas que se sumaban a una profundización de inequidades sociales -tal como lo hemos planteado reiteradas veces-, fue totalmente diferente. A los primeros enfrentamientos caracterizados como de baja intensidad le sucedieron otros en los que el calificativo ya no era aplicable y fueron escalando hasta llegar a la destrucción, prácticamente completa, de entidades nacionales.

En este sentido, las imágenes y relatos de la gente que huía o no podía hacerlo de una ciudad sitiada, con cientos de miles de víctimas por hacinamiento y falta de víveres y medicamentos, nos lleva a reflexionar sobre la manera y métodos que se están utilizando en esa guerra, por uno y otro bando.

El responsable de los servicios médicos en la ciudad vieja de Aleppo mencionaba, como ejemplo de la degradación humana y moral que se estaba viviendo, que los habitantes habían perdido la dignidad de la muerte. La pérdida de la dignidad, tanto en la muerte como en la vida, está marcando los enfrentamientos actuales.

Desde quienes usan a dos niñas de ocho años para hacerlas estallar como bombas humanas en un supermercado, hasta los cazas rusos y de sus aliados regionales que bombardean por segunda vez el mismo objetivo, con sólo veinte minutos de intervalo, terminando con la vida de los refuerzos médicos y socorristas llegados al lugar. Quienes llevan adelante estos actos han perdido la dignidad en la vida y las reglas de honor que caracterizaron desde siglos los códigos de la guerra.

Thomas Cahill planteaba una clara diferencia, explicando el porqué de determinadas acepciones lingüísticas, entre los modos de los bárbaros (tribus inquietas y caóticas) y de la soldadesca disciplinada de los romanos. La justificación de la defensa de una civilización y la reafirmación de la moral de quienes lo hacían se basaba en sus modos y estilos, diferentes de quienes la agredían.

Hoy en día se está enfrentando el fundamentalismo fanático con los mismos métodos de aquellos a los que debemos combatir, creando resentimiento que engendrará, a su vez, más terrorismo.

A la política elegida en lo bélico, que ha llevado a la desaparición de antiguos países, se suma en lo político la incomprensión de los reales problemas de la sociedad y de la insatisfacción generalizada. Esto ha llevado a que tres elecciones sucesivas en el mundo mostrasen resultados provocados por el hartazgo de la gente en la política y los políticos, en tanto se alejan del sentir del ciudadano que no se siente contenido ni representado.

La victoria de Donald Trump contra todas las previsiones y encuestas responde a eso. Un voto que no se declaraba abiertamente como tal en las encuestas, le otorgó la victoria porque sus actitudes y expresiones aparecían más lejanas al establishment. La falta de soluciones por parte de éste a los problemas que genera la forma que asumió el sistema capitalista liberal, generó la percepción de que era posible un cambio.

Si estas formas de antipolítica serán mejores o peores para quienes las eligieron en Estados Unidos, Italia o Gran Bretaña a través del Brexit, no modifica un hecho fundamental: las formas actuales de la política y la economía están generando reacciones que tienen cada vez menos que ver con la democracia y el estilo de convivencia en la diversidad que desearíamos se consolide.

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