14/02/2024
En la reunión de la COP 28 realizada en Dubái, alumbró inesperadamente un consenso sin precedentes, anunciado una aceleración de la salida de las energías fósiles. Resultado inesperado para unos, improbable para otros, este “consenso de Dubái”, apoyado por una monarquía rica, es considerado tanto un éxito como una decepción. Pero, después de todo, ¿no sería acaso lo que ocurre con todos los acuerdos sobre el clima y el medio ambiente?
El 17 de noviembre pasado, por primera vez, la temperatura superó en 2°C el promedio estacional de la era preindustrial. Este umbral es el que la comunidad internacional se había comprometido a no alcanzar – y mucho menos a superar – cuando se adoptó el Acuerdo de París, el 12 de diciembre de 2015. Más específicamente, el texto del Acuerdo de París busca contener “el aumento de la temperatura media del planeta muy por debajo de los 2 °C con respecto a los niveles preindustriales”. Este objetivo parece ahora inalcanzable.
Lo único sorprendente habrá sido la velocidad a la que cambió la temperatura global. Pensábamos que tendríamos más tiempo. ¿Pero quién creía verdaderamente que este objetivo podía cumplirse? En 2019, durante la COP 25 en Madrid, habíamos planteado el tema de manera informal a más de un centenar de participantes. Todos compartían su pesimismo con respecto a la trayectoria que sigue la humanidad. Una única persona afirmó creer que podríamos respetar el compromiso. Una persona entre cien -entre aquellos cuya misión es precisamente ayudar a lograr este objetivo. Es fácil imaginar la actitud del resto del mundo. Se trata de un acuerdo en el que nadie, o casi nadie, cree.
Con algunas excepciones –en particular los resultados alentadores registrados luego de la adopción en 1987 del protocolo de Montreal que regulaba las sustancias que disminuyen la capa de ozono –, parece que cuando se trata del medio ambiente, incumplimos sistemáticamente los objetivos; ya sea la reducción del uso de pesticidas, la lucha contra la deforestación o la pérdida de biodiversidad, seguimos aumentando nuestras ambiciones y fracasando en alcanzarlas.
El fracaso de los tratados
En 2022, en la muy respetada revista científica PNAS, publicada por la Academia de Ciencias de los Estados Unidos, apareció un artículo con un título impactante: “Los tratados internacionales no suelen producir los efectos deseados”.[1] Este análisis sistemático -la referencia en términos de evaluación- muestra que solamente los tratados comerciales que contienen mecanismos de aplicación vinculantes son aquellos que parecen más eficaces y que logran efectos tangibles. Todos los demás tratados no alcanzan su objetivo.
¿Cómo es posible? ¿Por qué las piedras angulares de la arquitectura internacional, las principales herramientas de las que nos hemos dotado para gobernar los desafíos existenciales a los que se enfrenta la humanidad, terminan siendo ineficaces?
Sería fácil, y tentador sin duda, responder que estos acuerdos son construidos precisamente con tal objetivo. No tienen fuerza vinculante, son costosos para implementar y socavan la competitividad de los buenos alumnos. De hecho, estarían diseñados para fracasar, con el fin de retener, demorar y desviar el cambio que afirman procurar. Es la respuesta cínica de quienes solo creen en la relación de fuerzas.
La realidad es más compleja, y es imperativo comprenderla si pretendemos construir respuestas eficaces a los desafíos que se nos presentan. Las razones de estos fracasos se basan en cuatro elementos clave: la información de que disponemos, nuestras creencias, los valores que adoptamos y los medios que utilizamos. Se pueden imaginar esos elementos como si fueran puertas, y cada uno de nosotros toma posición sobre los grandes temas en función del estado de estas cuatro puertas, sucesivamente abiertas o cerradas.
Las puertas cerradas
Mientras la primera puerta permanece cerrada, la de la información, ignoramos el problema. Ni siquiera se nos ocurre que hay un problema. No existe el debate. Con respecto al clima, esta puerta está definitivamente bien abierta, gracias a la movilización de la comunidad científica, los medios, los jóvenes y el mundo de la educación. ¿Quién no ha escuchado actualmente hablar del cambio climático o de la pérdida de biodiversidad?
La segunda puerta es mucho más difícil de abrir. Es cuestión de abandonar antiguas creencias y adoptar nuevas. Hay muchos a nuestro alrededor que dudan, o que niegan la realidad del cambio climático. Aquellos que no creen en las informaciones que reciben, se negarán a cambiar y resistirán activamente contra las fuerzas de cambio. Llamémoslos los Incrédulos. Para ellos, esa puerta permanece cerrada.
Quienes disponen de información y no dudan sobre su veracidad, deben de todos modos decidir si cambiar es una prioridad La tercera puerta es la de los valores que defendemos. Muchos en nuestro entorno consideran que el cambio climático no les concierne. Que es una cuestión de ricos, de las generaciones futuras, del gobierno o incluso de la China. Hay numerosas razones, algunas muy legítimas, otras no tanto, para tener algo mejor que hacer. Llamemos a los de esta categoría los Ocupados. No otorgarán al problema ni la atención, ni los recursos, ni el tiempo necesarios para encontrar soluciones. Dejarán el problema para mañana. Para ellos, la puerta que permanece cerrada es la tercera.
Hay otros, finalmente, que piensan que es urgente actuar. Pero que de todos modos no basta. En efecto, hay que preguntarse si todavía es posible actuar, si es posible cambiar. La cuarta y última puerta es la de los medios. Ahora bien, hay muchos que constatan nuestra impotencia colectiva. ¿Qué podemos hacer, a nuestro nivel? La tarea es inmensa y carecemos de los recursos, los conocimientos y la influencia necesarios para tener algún impacto. Ante la complejidad de la ecuación planetaria, nos pensamos impotentes. Llamemos a éstos los Preocupados. Quienes se encuentran en esta categoría sufren una disonancia cognitiva -obligados a actuar contra sus convicciones e impotentes para hacerlo de otro modo. Este estado es incómodo, incluso doloroso. Aquí es donde nace la frustración y luego el enojo. No podemos estar mucho tiempo así, porque finalmente acabamos convenciéndonos de nuestra impotencia, nos resignamos, nos volvemos cínicos o bien nos sublevamos.
El estancamiento o el conflicto
Mientras solo haya estos cuatro tipos de responsables en torno a la mesa -los ignorantes, los incrédulos, los ocupados y los preocupados- el cambio es imposible y el diálogo se reduce a un equilibrio de fuerzas. Los ocupados defendiendo sus intereses y estableciendo alianzas en el ámbito de las creencias y los valores con los incrédulos, en contra de los preocupados. Las únicas alternativas posibles son entonces el estancamiento o el conflicto.
Las puertas cerradas son las fuentes del fracaso de las políticas públicas -habiéndolas reconocido, nos falta aprender a abrirlas. Llamamos Arquitectos a todos aquellos y aquellas que logran, para un tema determinado, abrir las cuatro puertas, que tienen acceso a la información, aceptan su veracidad, enfrentan su responsabilidad y movilizan los medios a su disposición para tener una acción eficaz.[2]
En tal sentido, la adopción del Acuerdo de París -primer tratado universal sobre el clima- constituye en sí un éxito irrefutable: había arquitectos en acción. Pero si no logra alcanzar sus objetivos, el acuerdo se considerará un fracaso, sean cuales fueren las razones: falta de voluntad, falta de medios. Nos rehusamos a cambiar, no creemos que el cambio sea necesario, o pensamos que no contamos con los medios. A lo que hay que agregar que la fragmentación acelerada del orden internacional no ayuda a la búsqueda de un nuevo consenso.
Abrir los cerrojos
¿Cómo hacer? Primero, tomar conciencia de que es posible cambiar. Si bien el Acuerdo de París fue posible por la movilización de la diplomacia francesa, hay que admitir que las estrellas también se habían oportunamente alineado: el 5º informe del GIEC, publicado en 2013, más concluyente que los anteriores, varios eventos meteorológicos extremos en los Estados Unidos, episodios de contaminación en China, la encíclica Laudato Si ! ... todo eso contribuyó a poner en marcha una dinámica virtuosa que se agregó a la movilización masiva de las “partes interesadas” de la sociedad civil (activistas y asociaciones, empresas, sindicatos, gobiernos locales, agricultores, investigadores...). Hay que reconocer, en efecto, que la adopción de un acuerdo o de un tratado no es solamente fruto del trabajo de los negociadores y responsables de decisiones políticas; es el resultado de la cristalización de mentes y energías, el producto de un multilateralismo participativo que ayuda a construir, en un momento dado, un consenso global que supera incluso la intención de los iniciadores del acuerdo diplomático. En realidad -y es probablemente el caso del Acuerdo de París- en el momento de su conclusión, un acuerdo ambiental o climático ya está superado. Su mérito fundamental es entonces determinar el marco de la siguiente etapa hacia una solución satisfactoria para el planeta y la permanencia de la humanidad.
Fue el 12 de diciembre de 2015 cuando comenzó a escribirse el siguiente acuerdo sobre el clima. Y ya estamos en 2024. ¿Cómo podemos entonces leer el Acuerdo de Dubái?
Primera constatación – una evidencia – los ignorantes, si quedan, no están presentes, por definición. ¿Y qué pasó con los participantes? Solo algunos días antes de la COP28, el Sultán Al Jaber, presidente de la cumbre sobre el clima, se expresó públicamente afirmando que no había "ninguna ciencia" que permitiera afirmar que la eliminación progresiva de los combustibles fósiles fuera necesaria para cumplir los compromisos de París. Sin prejuzgar las creencias o el modelo mental del presidente de la COP, al formular las cosas de tal modo se colocó en ese mismo instante entre los incrédulos. Al tomar la palabra, algunos de los jefes de Estado señalaron el carácter urgente e intrínsecamente disruptivo de los conflictos en Ucrania y Palestina. Esta organización de las prioridades -por lo demás legítima- corresponde al posicionamiento de los ocupados. Tal vez lo más impactante es el cartel que recibía a los participantes en el hall principal: “Change What’s Possible” – cambiar lo que es posible. Se puede leer ese mensaje como una invitación a transformar el mundo, aunque la mayor parte de los observadores vieron allí un llamado a la razón. Lo que podría ser una simple traducción, lamentablemente aparece como un slogan insidioso, una intimación a someterse, a trabajar dentro de los límites impuestos, sin cuestionar las reglas del juego. Es difícil representar más explícitamente la posición de los preocupados.
Entonces, ¿acuerdo histórico o compromiso de circunstancia? El retraso los plazos hasta 2050 es obra de los responsables atrapados por las urgencias, que desean prolongar por un tiempo más el statu quo. Es una victoria de los ocupados. Tres de los cinco arquetipos estaban presentes en Dubái, en posiciones eminentes. ¿Había también arquitectos? Si. Por lo menos tres cosas nos permiten afirmarlo. Ante todo, el acuerdo fue adoptado por 194 países en consenso. Esto, que es un logro en sí, parecía imposible antes de ser alcanzado. Luego, Colombia fue el primer gran país en firmar el Tratado de no proliferación de las energías fósiles -el presidente Petro afirmó: “Nosotros elegimos el campo de la vida”. Por último, y sobre todo, tal vez, el acuerdo de Dubái menciona explícitamente todas las energías fósiles. Es entonces una retractación colectiva de los argumentos presentados por los incrédulos. En adelante, será difícil volver a cerrar la segunda puerta.
No cedamos al desaliento, al cinismo o a la cólera. Estos son los cuatro cerrojos que hay que abrir -información, creencia, valores y medios- y en primer lugar dentro de nosotros mismos. Sí, hay una dimensión personal en esta transformación, y cada uno de nosotros debe tomar conciencia de ello. Los cinco arquetipos que hemos esbozado aquí traducen un camino personal: la responsabilidad personal está en juego tanto en la transformación como en el inmovilismo. Pero esto no quiere decir que haya que ignorar a las fuerzas sociales, los mecanismos de acumulación y distribución, la construcción de imaginarios y de narrativas, o incluso los combates culturales. Si bien las posiciones son individuales, el camino que nos lleva de un estado al otro se construye socialmente, y es posible cerrar o abrir las puertas a los demás. Hay que recordar esta teoría para permitir el desarrollo de estrategias de transformación más eficaces.
Abramos estas puertas y ayudemos a los demás a hacer lo mismo, a convertirse ellos también en arquitectos del cambio.
Claude Garcia, profesor de la Alta Escuela especializada de Berna y miembro del Colectivo Planeta C, trabaja en gobernanza de los recursos naturales e inteligencia colectiva.
Pierre Henri Guignard, exembajador, secretario general de la COP 21, contribuyó a la construcción del Acuerdo de París.
[1] Hoffman, Steven J., et al. "International treaties have mostly failed to produce their intended effects." Proceedings of the National Academy of Sciences 119.32 (2022): https://www.pnas.org/doi/full/10.1073/pnas.2122854119
[2] Waeber, Patrick O., et al. "Choices we make in times of crisis." Sustainability 13.6 (2021): 3578. https://www.mdpi.com/2071-1050/13/6/3578
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