09/06/2020

Ciencia y epidemias

 

Con el surgimiento de la ciencia moderna, se comenzó a intentar analizar, comprender, estudiar y -de ser posible- neutralizar los efectos de las enfermedades infecciosas y de las epidemias con análisis que tuvieran en cuenta el estado de la ciencia en ese momento y, en muchos casos, como incentivos para el propio avance de la ciencia; simultáneamente, las explicaciones míticas y religiosas fueron siendo dejadas de lado.

Obsérvese que no es exactamente lo mismo estudiar las enfermedades infecciosas y las epidemias, y los enfoques con los que se ha avanzado en el conocimiento de unas y otras son distintos, aunque obviamente se hallan muy relacionados: el gran médico inglés Edward Jenner ideó la vacuna contra la viruela, y la puso en práctica  en 1796, lo cual permitió no sólo salvar individualmente a millones de personas inoculadas, sino que llevó, después de muchos años de vacunación obligatoria para todo el mundo, a que se considerara la viruela completamente erradicada ¿para siempre? Las epidemias de muchas otras enfermedades también han sido minimizadas o casi erradicadas gracias a las correspondientes vacunas (a menos, claro está, que los irracionales movimientos antivacunas consigan convencer a una suficiente masa crítica de susceptibles como para que algunas de esas otras enfermedades vuelvan a ser un peligro público).

Tal vez los orígenes de las investigaciones sobre epidemias puedan rastrearse en los trabajos del Dr. John Snow, médico e higienista inglés del siglo XIX que pudo ubicar el origen de una epidemia de cólera en Londres en 1854 en una bomba pública de agua mediante un enfoque no tradicionalmente médico o biológico sino propiamente (aunque rudimentario) “epidemiológico”: hablando con vecinos, y usando un mapa de la ciudad donde marcaba los casos. En forma primitiva, dados los conocimientos de la época, aplicó también estadística al análisis de los datos de que disponía; lo cierto es que la estadística es una disciplina actualmente de gran importancia en estudios epidemiológicos.

Se puede observar, entonces, que los enfoques de Jenner y Snow, ambos brillantes por supuesto, fueron completamente distintos, siendo ambos médicos: Jenner ideó una vacuna, Snow trató de controlar el contagio. Por supuesto que ambos enfoques se complementan, como se ve actualmente en que el mundo está angustiosamente esperando una vacuna contra el coronavirus, mientras que buena parte de las estrategias contra la pandemia consisten en tratar de evitar contagios. Parece una ironía que el mecanismo principal adoptado por casi todas las naciones sea la cuarentena, que se usaba desde antes del comienzo de la ciencia moderna, lo cual muestra cuán desvalidos estamos todavía ante esta situación totalmente inesperada.

Pero el tratamiento de una epidemia -y en particular de una pandemia- involucra no solamente a médicos, biólogos y, en general, representantes de ciencias naturales y biomédicas, sino también a especialistas en matemáticas, estadística, ciencias de la computación, ciencia de datos y áreas similares. Y además de estas disciplinas, muy cercanas a las de las ciencias naturales, también pasan a tener una relevancia importante las ciencias sociales y las humanidades: claramente, como se ve en la actualidad, entre otros motivos, la opinión de sociólogos es importante para analizar cómo reacciona la sociedad ante la cuarentena, la de los psicólogos para evaluar el efecto en los individuos de estas situaciones de encierro, la de los historiadores para conocer -y poder así prever- los comportamientos de las poblaciones y sus gobernantes en pandemias pasadas, la de los economistas para estimar los derrumbes económicos, paliarlos y preparar a cada país para su recuperación post-pandemia, y por supuesto la de los cientistas políticos para lograr que las inevitables tensiones sociales puedan ser razonablemente amortiguadas.

Naturalmente, no intento describir una situación ideal en la cual los gobiernos de todas las naciones tienen asesoramiento interdisciplinario de científicos de las áreas mencionadas. De todos modos, algunas cifras impactantes de mortalidad debida al coronavirus indican el costo en que incurrieron- e incurren- algunos gobiernos que no prestan atención a sus científicos. Toda la ciencia moderna es cada vez más interdisciplinaria; y, ante una pandemia como la que nos toca vivir, la interdisciplinariedad, lo más amplia y colaborativa posible, es casi una cuestión de vida o muerte. Sobre todo teniendo en cuenta el notable grado de incertidumbre que todavía existe, y las posibilidades de errores científicos debidos justamente a dicha incertidumbre y a la presión para obtener resultados.

Pero en esta situación crítica se notan además otros factores, que conviene no dejar de lado. Uno importante lo constituye el que, independientemente de que en muchos sentidos los científicos de distintos países están colaborando entre sí, se percibe una competencia feroz latente, entre empresas y entre naciones, para ver qué empresa farmacéutica (y de qué país) llega primero a la tan deseada vacuna contra el coronavirus. Por supuesto que, cuanto antes esté disponible una vacuna, mejor, pero no nos olvidemos de los enormes intereses económicos detrás de ese objetivo (y, aunque en particular las empresas puedan sacrificar beneficios a corto plazo mostrando su generosidad en la distribución de la vacuna -lo cual no es para nada seguro-, a la larga los beneficios obtenidos gracias al prestigio de haber llegado primero serán ampliamente compensatorios). En ese sentido, un antecedente importante a considerar es lo que ocurrió con la vacuna contra la poliomielitis: el doctor Jonas Salk, generosamente, no la patentó. ¿Pasará lo mismo?

Por último, mencionemos otro factor nada despreciable: el enfrentamiento entre las dos más grandes potencias de la actualidad, Estados Unidos y China, no sólo no se atenuó debido a una necesidad de actuación en conjunto, sino que se agravó a un nivel inexistente desde el fin de la Guerra Fría. Si bien es aventurado formular pronósticos muy precisos respecto del futuro inmediato, es claro que la ciencia, en sus diversas disciplinas, será sometida a presiones tremendas en forma mucho más explícita y desembozada que la forma usual en que esas presiones se manifiestan.

                                                                         

Pablo M. Jacovkis es el Secretario de Investigación y Desarrollo en la Universidad Nacional de Tres de Febrero.

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