26/03/2024
Exactamente 20 años atrás, el mundo era testigo de uno de los atentados terroristas más cruentos en territorio ruso. Corría el año 2004 y el mundo se estremecía ante una acción llevada a cabo por un grupo que iluminaba con armas de fuego su reivindicación para el retiro de las fuerzas rusas de Chechenia. Durante el primer día de clases, en la ciudad Beslán (República de Osetia del Norte), cientos de personas quedaron secuestradas durante tres días por las acciones perpetradas por un grupo numeroso, fuertemente armado decidido a resistir a sangre y fuego la incursión de las fuerzas de seguridad del gobierno ruso. En aquel escenario, el mundo quedó en vilo. La vida de cientos de niños, niñas y adolescentes, con sus padres y madres y familiares pasó a depender de las decisiones que se tomaran para su liberación.
El resultado: alrededor de 334 personas adultas y 186 niños y niñas murieron.
No era la primera vez que ataques de esta naturaleza golpeaban a la población civil rusa. En el año 2002, un grupo comandado por hombres y mujeres, tomó por asalto el teatro Dubrovka de Moscú. Aquella fatídica noche arrojó el saldo de casi 200 personas muertas.
El reciente atentado del viernes 22 de marzo de 2024 arroja, por su metodología, cierta similitud con las dramáticas experiencias de Beslán y Dubrovka. No fueron los únicos atentados en Rusia.
La guerra entre Rusia y Ucrania provocó quizás, el punto de inflexión más importante en las relaciones naturalmente tensas entre una Chechenia que históricamente reclamó su independencia (como lo habían podido lograr otras repúblicas caucásicas luego del desmoronamiento de la URSS) y Rusia. Por distintas razones, algunas no del todo reveladas, el líder checheno Ramzan Kadirov, no sólo vio con buenos ojos la invasión de Rusia sobre Ucrania, sino que brindó apoyo militar a Moscú para el combate en territorio ucraniano.
Las reflexiones y los análisis que rodean al más grave atentado terrorista en territorio ruso en los últimos veinte años, recuerdan la metodología empleada por grupos radicalizados e islamistas chechenos. La incursión violenta, la preparación, el despliegue rápido, las armas utilizadas, las muertes de personas inocentes en un espacio cerrado y muy concurrido.
Sin embargo, otros datos hay que observar que podrían manifestar otras pistas, particularmente, el contexto de guerra internacional en el que se encuentra Rusia.
En 2002 y en 2004 (momento en el que se dieron lugar los atentados antes señalados) el contexto expresaba la “lucha contra el terrorismo” que los EEUU incorporó en su Estrategia de Seguridad Nacional a partir de los atentados a las Torres Gemelas (2001). Las intervenciones militares de Occidente a partir de este escenario se volvieron frecuentes. Afganistán, Irak, fueron las más contundentes. Sin embargo, dobles raseros o dobles varas, a las que nos tienen acostumbradas las potencias, inclinaron la balanza contra Rusia por los acontecimientos de la escuela de Beslán (el Tribunal Europeo de DDHH condenó al estado ruso por la conducta de sus fuerzas de seguridad a las que acusó de utilizar una excesiva fuerza para acabar con el secuestro) y nunca se hizo lo propio en contra de EEUU cuando decidió intervenir militarmente en Afganistán en 2001 (y mantenerse allí durante 20 años) y menos aún luego de su incursión en Irak (ya no buscando terroristas sino acusando falsamente a ese país de la posesión de armas de destrucción masiva).
Hoy, el contexto es diferente. El mundo se presenta en exceso competitivo, en exceso violento, en exceso fracturado. Proliferan las alianzas producto de la competencia por espacios, por cooptación de nuevos socios, por recursos energéticos, por ambiciones comerciales como recursos tácticos en estrategias de contención de otro. AUKUS, IPEF, OTSC, OCS, OTAN ampliada y renovada, Acuerdos de Abraham, son algunas de las que, otra vez, componen y expresan un equilibrio de poder que intenta renovarse. Desde la presidencia de Donald Trump la guerra contra el terrorismo desaparece de la escena y se incorpora a China y Rusia como potencias a las que EEUU debe neutralizar. Lo mismo ocurre con la Estrategia de Seguridad Nacional presentada por la administración Biden. China aparece como una amenaza global al orden internacional que EEUU intenta sustentar y Rusia como una amenaza localizada. Con el tiempo, Ucrania se fue transformando en lo que algunos analistas llaman “el cordero geopolítico sacrificado”. El actual atentado terrorista en Rusia puede empeorar las cosas. Si la pista chechena definitivamente no cuenta, si la pista yihadista se muestra sin sustento (será tarea del FSB), si las sospechas de un atentado proxi o de falsa bandera se comprueba y una estrategia de la desesperación prevalece ante la derrota de Ucrania/OTAN en la guerra, la posibilidad de una respuesta descomunal por parte de Rusia repele toda expectativa de fin del conflicto. Es hora de que la diplomacia exhiba su arte.
Verónica Pérez Taffi es Presidenta de AERIA (Asociación de Estudios de Relaciones Internacionales Argentina). Candidata a Doctora en RRII de la USAL. Profesora USAL, UNTREF, UNDAV y UP.
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