09/04/2024
El Jardín de las Delicias de El Bosco (SXVI) es una obra en tríptico, enigmática, que pudiera estar representando una metáfora del destino de la humanidad. La creación, en la primera tabla, un mundo fantástico, de lujuria, placeres y felicidad efímera, en la segunda, un desenfreno donde irrumpe la locura, y, al final, el infierno en la tercera tabla.
Eric Hobsbawm en Historia del Siglo XX también aludía a un tríptico que, desde su perspectiva, representaba a ese siglo XX corto que él concebía y que involucraba la Era de las Catástrofes 1914-1945; la Edad de Oro 1945-47-1973; y, la Crisis y Descomposición 1973/89-1991.
Pepe Paradiso apuntaba a la nomenclatura de Hobsbawm combinada con las estructuras históricas de larga duración de F. Braudel. En su contemplación de temporalidades y horizontes cronológicos, concebía un siglo XXI que contiene numerosos temas irresueltos que se arrastran desde el siglo anterior y como tal, se extiende hasta lo que cronológicamente consideramos siglo XXI.
El sociólogo alemán Wolfgang Streeck retrata nuestro tiempo a través de otro tríptico: Estancamiento, inflación y deuda son los jinetes del apocalipsis que discurren en sus análisis sobre el destino del capitalismo y la sociedad capitalista.
Hoy los conflictos armados interestatales vuelven a estar en el centro del escenario internacional; el infierno en la obra del El Bosco, la extensión de la crisis y la descomposición en la obra de Hobsbawm, los temas irresueltos que arrastra el siglo XX en la obra de Paradiso y los resultados de un desenfreno que la ambición del lucro propone, en la de Streeck. El incremento de los mismos revierte la tendencia decreciente que se venía transitando durante un largo ciclo histórico. La guerra entre Rusia y Ucrania involucra cada uno de los componentes de esos trípticos, donde la eventualidad de una escalada devastadora (el infierno) y una crisis inaudita se vuelve una realidad.
En marzo de 2022, a casi dos meses de iniciada lo que en aquel momento Rusia denominó “Operación militar Especial” sobre Ucrania, (y hoy considera guerra), se presentó una posibilidad de paz. Fue producto de la mediación de Türkiye a través de su ministro de relaciones exteriores con lazos de interlocución con su par ruso y a la vez, como miembro de la OTAN (segundo ejército más importante de la organización), y, por añadidura, cercano a Zelensky, presentó la posibilidad de un alto el fuego para las negociaciones. Vladimir Putin reclamaba el respeto por los Acuerdos de Minsk celebrados en 2014 y 2015 (una Ucrania desmilitarizada, terminar la guerra en la región del Donbás), condiciones de seguridad que incluían la imposibilidad de la entrada de Ucrania en la OTAN y por esto, exigió la neutralidad de Ucrania, el reconocimiento de la anexión de Crimea a Rusia, el reconocimiento de las repúblicas separatistas de Donetsk y Luhansk como estados independientes, sin dejar a un lado, el respeto por la identidad y la religión. La prohibición del idioma ruso por parte del gobierno del Maidán, los reclamos de las diócesis de Bielorrusia, de Moscú y de Ucrania de ser considerados parte de un mismo pueblo ruso debían tenerse en cuenta, así como lo invocado por el Patriarca de la Iglesia Ortodoxa de Moscú, Kirill I, (que hoy subyace como parte de un conflicto subterráneo que se proyecta paralelo a la guerra entre ambos, revelando la posibilidad de un cisma en una iglesia que cuenta con más de 100 millones de fieles). Zelensky, reclamaba la retirada de tropas rusas de su territorio y el fin del conflicto bélico. La estabilidad en el Mar Negro, el mantenimiento de las relaciones comerciales, la energía, la ubicación geopolítica de Türkiye y la posibilidad de generar activos en su política exterior, abrieron esta oportunidad de llevar a cabo un acuerdo basado en 15 puntos.
No sólo fue el entonces primer ministro del Reino Unido Boris Johnson sino Josep Biden los que hicieron naufragar rápidamente esta oportunidad. La competencia global se impuso otra vez.
En el mes de julio de 2022, el recrudecimiento de los enfrentamientos entre Rusia y Ucrania provocaron el colapso de las posibilidades de la exportación de cereales, semillas oleaginosas y fertilizantes desde el Mar Negro hacia el resto del mundo. La sordidez de la guerra se hizo sentir rápidamente. Por segunda vez, el presidente de Türkiye logró interceder para que los embarques tanto ucranianos como rusos, pudieran abastecer a los países de un continente en donde el hambre se puede traducir en el estallido de conflictos armados, desnutrición y muerte. En esa ocasión, el Secretario General de la Unidad Africana alertó del aluvión que podría generar una crisis alimentaria que adicionaba al aumento de los precios de los alimentos, la falta de los mismos en los países más pobres del continente.
La Iniciativa del Mar Negro fue firmada por Ucrania y Rusia en Istanbul producto de la facilitación del presidente Tayyip Erdogan y el secretario general de las Naciones Unidas, Antonio Guterres. Los buques con toneladas de cereales serían monitoreados por un Centro de Coordinación Conjunta compuesto por todas las partes que garantizó el tránsito seguro desde el Mar Negro hacia los estrechos turcos.
La facilitación, los buenos oficios y la mediación internacional conceden distintos compromisos para las partes. No obstante, en situaciones críticas son concebidas como intentos de terceras partes en las que los implicados depositan confianza. La idea de bienestar para la humanidad, de esfuerzo colectivo y de predisposición diplomática para aliviar los efectos negativos asociados de la guerra dispensó esta posibilidad. Casi un año después la Iniciativa del Mar Negro, apoyada en el viento de la guerra, desencadenó en una serie de acusaciones cruzadas entre los contendientes que provocaron su suspensión.
¿Primera, Segunda o tercera tabla del tríptico?
El año 2024 arrastra resultados de una contienda que no pavimenta caminos hacia la paz. La OTAN cuenta con nuevos aliados (Suecia y Finlandia), un retrato de la incomprensible aceptación por parte de Europa de dinamitar los resultados de la Conferencia de Seguridad de Helsinski (1975), una Europa segura, pacífica e inclusiva frente a la competencia geopolítica global que se reemplaza por un sistema agresivo en donde hoy la mayoría pierde en seguridad, estabilidad y en cooperación. Vacilaciones mediante y a borbotones, Europa quedó sometida a los vaivenes de las decisiones de otros. A más de dos años de guerra en Ucrania en donde la victoria militar rusa parece un hecho, en donde las poblaciones en Europa se resisten a los propósitos de sus gobiernos de continuar con la guerra, en donde se presentan disidencias entre los gobiernos europeos en la cual algunos de ellos (y en silencio) se rehúsan a seguir invirtiendo en la ayuda a Ucrania, -por el aumento del gasto en defensa, la inflación y la escasez de energía-, y por el preocupante ascenso de los partidos antisistema de ultraderecha que se nutren sin pausa del descontento popular, frente a otros gobernantes que, en una estrategia de desesperación insisten en continuar alimentando una guerra que se traduce en cientos de miles de muertos y gran destrucción. En un marco de campaña electoral en la primera potencia de la OTAN que aportó el 60% del presupuesto total de la organización (hoy con reclamos hacia socios que perciben la consabida incertidumbre por un posible cambio de rumbo) y desde donde parte el bloqueo legislativo de seguir aportando dinero y armas para Ucrania. Ante la falta de municiones para hacer frente a una guerra a tiros que se alargó en demasía exponiendo una estrategia que fracasó y que fue transformándose en una guerra de desgaste. En una atmósfera donde la ambición de las empresas privadas, contratistas y la industria de producción, comercio y tráfico en exceso infame y en exceso lucrativo compite por seguir proveyendo armamentos, mientras Ucrania reduce la edad para el reclutamiento de jóvenes para ir a la guerra. En un terreno en el que el presidente de los EEUU llama “loco hijo de p…” “bandido” “carnicero” públicamente a Vladimir Putin, ¿es posible negociar la paz?
Hay dos situaciones que teóricamente definidas abren paso a un proceso de negociación en circunstancias críticas: “la meseta” que implica una situación de punto muerto mutuamente dañino o mutuamente doloroso y “el precipicio” que implica la percepción de una catástrofe inminente. En ambas, una salida unilateral de cualquiera de las partes se vuelve altamente costosa y probablemente irracional.
Tríptico otra vez; ¿es posible retornar a la idea de bienestar para la humanidad, esfuerzo colectivo y predisposición diplomática? ¿Quién puede ser el tercero para la paz?
Verónica Pérez Taffi es Presidenta de AERIA (Asociación de Estudios de Relaciones Internacionales Argentina). Candidata a Doctora en RRII de la USAL. Profesora USAL, UNTREF, UNDAV y UP.
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