16/05/2020
El coronavirus encontró un mundo poco preparado para enfrentarlo. El multilateralismo por ejemplo está adormecido, carente de liderazgos que busquen impulsarlo con realismo y ambición. Bajo estas condiciones, coordinar el accionar de los Estados para combatir la pandemia se ha vuelto sumamente difícil.
Existen al menos dos motivos que nos ayudan a entender por qué el multilateralismo perdió influencia. El primero tiene que ver con la llegada al poder de una camada de líderes conservadores y nacionalistas. Donald Trump, Boris Johnson, Jair Bolsonaro y Naendra Modi se sumaron a la visión realista que ya venían defendiendo en el escenario internacional Vladimir Putin y Recep Erdogan. Al igual que ellos, priorizan la defensa del interés nacional y la búsqueda de equilibrios sobre la promoción de principios universales y las instituciones internacionales.
No debe extrañarnos entonces que en los últimos años organismos como las Naciones Unidas, la Unión Europea y la Organización Mundial del Comercio hayan perdido poder. Sin su ayuda, el combate contra el calentamiento global, la expansión del proteccionismo y la pandemia se ha vuelto más difícil.
Pero la aparición del conservadurismo popular no exime de culpa a los defensores del orden liberal que emergió luego de la caída del Muro de Berlín. Muchos de ellos, le dieron a los organismos internacionales un nivel de responsabilidad que los ciudadanos de sus naciones no querían ceder. Quizás el ejemplo más claro de este proceso sea el de la Unión Europea.
En un comienzo, el proyecto europeo buscó alcanzar una serie de metas. Entre ellas se encontraban poner fin a los conflictos bélicos que marcaron la historia europea durante generaciones. Se intentó asimismo establecer un mercado único que les permitiese a los europeos competir con los estadounidenses en condiciones similares. Por último, la Unión Europea fue una de las tantas alianzas que buscaron fortalecer la unidad de Occidente frente a la amenaza soviética. Pero una vez que estos objetivos fueron logrados, comenzó a tomar forma una visión aún más ambiciosa, pero menos centrada en los deseos de la población: la construcción de una identidad europea que superara a las identidades nacionales. Este fue, en definitiva, un proyecto de las elites.
Los ciudadanos de a píe no tardarían mucho tiempo en mostrar su oposición. Los franceses, por ejemplo, rechazaron el establecimiento de una constitución europea en un referendum de 2005, mientras que en 2016 los británicos decidieron salirse de la Unión Europea. La oposición a la versión más ambiciosa del proyecto europeo continúa hoy expandiéndose en países como Italia y Hungría. Lejos de desvanecerse, el nacionalismo ha ganado fuerza.
El debilitamiento del multilateralismo es una mala noticia. Muchas de las amenazas que enfrenta actualmente el mundo sólo pueden ser evitadas mediante soluciones globales. Si China y Estados Unidos no combaten el calentamiento global, todos los países sufrirán las consecuencias. Si los miembros del G20 no coordinan, como hicieron en 2008, sus políticas monetarias y fiscales para evitar una nueva depresión, todas las naciones sufrirán. Finalmente, si no coordinamos nuestro accionar frente al coronavirus, la pandemia continuará poniendo en jaque nuestro bienestar.
¿Qué podemos hacer entonces para que el multilateralismo gane influencia? En primer lugar, ser realistas. Es probable que varias de las tendencias que ya veníamos observando en el escenario internacional se terminen consolidando luego del coronavirus. El nacionalismo, por tomar un caso, está aquí para quedarse. También lo está el conflicto estratégico entre China y Estados Unidos. La globalización no desaparecerá pero entrará en una nueva etapa. De hecho, ya existen claras señales de que los gobiernos buscarán controlar la producción de bienes estratégicos e imponer mayores restricciones a la inmigración. Por otro lado, es probable que los avances tecnológicos sigan promoviendo el crecimiento del comercio de los servicios ligados a la economía digital.
Una de las consecuencias del nacionalismo será que los países no querrán ceder responsabilidades a aquellas instituciones que para su buen funcionamiento necesitan preservar cierto nivel de autonomía. Esto significa que muchas de las organizaciones que surgieron luego de la II Guerra seguirán perdiendo influencia. Por lo contrario, el nuevo sistema internacional (que se asemejará más al del Congreso de Viena, que tuvo lugar entre la caída de Napoleón y la I Guerra, que al orden liberal de fines del siglo XX) será más amigable con foros como el G20. Al fin de cuentas, el G20 busca tan sólo ser un lugar de encuentro para que los líderes de los principales países puedan intercambiar información y coordinar políticas. No demanda soberanía ni requiere de una burocracia central.
El multilateralismo también debería jugar un rol central en nuestra región. El posible traslado de la competencia estratégica entre Washington y Beijing a América Latina podría poner fin a décadas de relativa estabilidad -en términos de conflictos entre Estados. Imaginémonos por un instante un escenario en el que algunos países de la región se alinearen con Estados Unidos y otros con China. Dado los peligros que conlleva un conflicto militar entre las potencias (la existencia de armas nucleares lo convertiría en un acto prácticamente suicida), es posible que, al igual que ocurrió durante la Guerra Fría, busquen resolver sus disputas a través de sus aliados.
Este escenario sería una pesadilla para los latinoamericanos. Para evitarlo, debemos coordinar nuestro accionar. Y en este proceso la relación más importante será la que une a la Argentina y Brasil. Recordemos que esta asociación estratégica fue la que ayudó a dejar atrás décadas de disputas, trayendo paz y estabilidad a América del Sur.
El Mercosur quizás sea el mejor instrumento con el que cuentan Buenos Aires y Brasilia para enmarcar su relación. El éxito inicial del Mercosur se basó en la defensa de políticas de Estado más allá de las ideologías que tuviesen los gobiernos de turno. Ahora debemos rescatar este espíritu, ya que las diferencias políticas entre los gobiernos de ambos países son muy importantes. Si se ideologiza la política exterior, corremos el peligro que la relación y el multilateralismo latinoamericano en general, se terminen deteriorando.
Repasemos por un instante lo que ocurrió con otros intentos de coordinación regional. Tanto el Unasur (promovido por gobiernos progresistas) como el Prosur (promovido luego por gobiernos liberales) enfrentaron serias dificultades. Esto en parte se explica porque, como ya he mencionado, para ser exitosos los procesos de integración y el multilateralismo en general deben estar guiados por políticas estratégicas de largo plazo, no por la ideología de los gobiernos de turno. Si logramos que prevalezca la moderación y la racionalidad, habrá certidumbre y estabilidad, lo cual a la vez fortalecerá las relaciones políticas y económicas entre nuestros países.
El gran novelista francés Michel Houellebecq recientemente señaló que luego del coronavirus “no se viene un nuevo mundo; será el mismo, pero un poco peor”. El multilateralismo puede ayudarnos a hacerlo un poco mejor.
Francisco de Santibañes. Especialista en relaciones internacionales y política exterior argentina. Secretario general del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI) y global fellow del Wilson Center for International Scholars, es también profesor en la Maestría de Políticas Públicas de la Universidad Austral.
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