24/03/2022
Ante el retorno de la guerra al suelo europeo, es de interés analizar el accionar de dos naciones centrales del andamiaje institucional de Europa -Francia y Alemania- ante el conflicto ruso-ucraniano. A su vez, es útil observar algunas de las consecuencias del estallido de la guerra en Ucrania en estos dos países, a nivel internacional y doméstico.
En Francia, a nivel geopolítico, el ex canciller francés Hubert Védrine alertaba en 2019 que: “tenemos peores relaciones con Rusia que con la Unión Soviética durante las últimas tres décadas de su existencia. Esto no puede favorecer nuestros intereses”. En el país donde Charles de Gaulle ya había hablado de una Europa que iba “del Atlántico al Ural”, más allá de los intereses norteamericanos en el continente, el actual presidente Emmanuel Macron había manifestado varias veces el objetivo de “re-arrimar Rusia a Europa”, para corregir la política de los últimos años que había empujado a Rusia hacia China. Con la explosión de la guerra en Ucrania, esta estrategia parece quedar postergada.
A nivel doméstico, si ya el presidente Macron no tenía una fuerte oposición -ni de un candidato, ni de una idea-, la acción de Putin en Ucrania ha debilitado a los rivales que alguna vez manifestaron admiración por el líder ruso -los populistas de derecha, Marine Le Pen y Éric Zemour, y de izquierda, Jean-Luc Malenchon-. A causa de sus quijotescos viajes de último momento a Moscú para entrevistarse con Putin, ha podido afirmar que ha hecho todo lo posible por evitar la guerra. Ante este hecho consumado, Macron ha dicho que Francia debe ahora fortalecer sus fronteras y prepararse para recibir refugiados ucranianos, mientras que ha autorizado el envío de 500 militares a Rumania.
A nivel energético, ante los problemas de suministro de gas ruso a Europa, Macron ha más que justificado la decisión de seguir desarrollando la energía atómica en Francia. Esta estrategia, propiciada por de Gaulle y siempre justificada junto al desarrollo de armas nucleares, buscaba dar más independencia energética y militar a su nación. A su vez, ha tomado más importancia el logro francés de incluir, a nivel de la Unión Europea, a la energía atómica entre las fuentes energéticas consideradas amigables con el medio ambiente.
Por su parte, Alemania ha quedado en estado de shock luego de la invasión rusa, forzando a la novel “coalición semáforo” -socialdemócratas, verdes y liberales- a realizar cambios drásticos en su política exterior. En efecto, la invasión ha destruido uno de los pilares de la política exterior alemana: la Ostpolitik. Esta política de acercamiento hacia la ex Alemania Oriental, Europa del Este y Rusia, fue concebida por el canciller Willy Brandt -socialdemócrata-, que fue alcalde de Berlín occidental durante la traumática construcción del muro divisorio. La Ostpolitik se reflejó en las buenas relaciones de Vladimir Putin -que habla alemán- con el ex canciller socialdemócrata Gerhard Schröeder y la ex canciller demócrata cristiana Angela Merkel -que habla ruso-. Así, los dirigentes alemanes han quedado perplejos e indignados ante la invasión de Putin a Ucrania, que ha causado la implosión de la Ostpolitik. Deben estar recordando las palabras del gran canciller Otto von Bismarck: “Nunca confíes en los rusos, ya que ni los rusos confían en ellos mismos”.
Otro cambio será reformular su política de Defensa. Alemania ha vivido desde el final de la Segunda Guerra, bajo el paraguas militar convencional y nuclear norteamericano. Ya consideraba que era un Estado sin enemigos, y nunca pensó que se materializaría la pesadilla de la Guerra Fría de ver tanques rusos avanzando desde el Este. Por ello, las fuerzas armadas alemanas se habían reducido significativamente desde 1989. De 310 mil soldados a 180 mil, de 4.700 tanques a 300, de 390 helicópteros a 230, de 130 navíos a 60, y de 18 submarinos a 6. Esto, entre otras cosas, ha llevado al ex-ministro de Defensa social demócrata Sigmar Gabriel a afirmar que Putin “considera que somos todos unos enclenques”. Ante el fin de la ilusión de una Europa sin violencia militar, el gobierno de Olaf Scholz ha decidido gastar 113 mil millones de dólares adicionales en defensa, para llevar el gasto militar por encima del 2% del PBI, reescribiendo drásticamente su política de seguridad.
Un tercer cambio se realizará en su política energética, donde Alemania depende en gran medida -55%- de las importaciones de gas ruso. En una acción de evidente Realpolitik, se construyó un gasoducto en el Mar Báltico (el Nord Stream 1) que provee el gas directamente de Rusia, sin compartir gasoductos con los países de Europa del Este. Esto evita que, si el Kremlin presiona a dichos países cortando el suministro de gas, se afecte a Alemania. Un segundo gasoducto (Nord Stream 2), aguardaba su certificación, ahora suspendida. Una crítica norteamericana, ha sido que con la compra de gas, Alemania financia a Rusia, de quien Estados Unidos debe en teoría defenderla. Esta discusión se ha instalado finalmente en Berlín, ya que el hecho de que el ex canciller Schröeder fuera el presidente de la empresa Gazprom en Alemania, demoró este debate. Pero no es posible por ahora cortar el suministro del Nord Stream 1 -las cuentas SWIFT energéticas siguen funcionando-, máxime cuando el gobierno de Angela Merkel decidió eliminar gradualmente el uso de la energía atómica, medida que está siendo reconsiderada.
Un reflejo de la indignación alemana ha sido la expulsión del famoso director ruso Valery Gergiev de la Filarmónica de Munich, por no condenar la invasión de Ucrania por el presidente ruso. Gergiev, gran director del teatro de San Petersburgo, había puesto allí en escena el ciclo completo de óperas del “Anillo de los Nibelungos” de Richard Wagner, verdadero monumento de la cultura alemana, llegando a presentarlo en el Metropolitan de Nueva York.
Quizás el desafío más importante para estas dos naciones, y que deberán afrontar en forma conjunta, es determinar cuál debe ser el rol de Estados Unidos con respecto a la defensa de Europa, y en particular en la relación con Rusia. En efecto, en el camino a la actual guerra han existido diferencias de opinión entre Estados Unidos, Francia y Alemania sobre el rol de la Organización del Tratado del Atlántico Norte en Europa. Así, en la reunión de la OTAN en Bucarest en 2009, el equipo de George W. Bush presionó para que se declarara que tanto Ucrania como Georgia serían miembros en algún momento. En realidad se buscó comenzar el proceso de admisión -el llamado Membership Action Plan-, pero tanto Francia como Alemania lo vetaron. Las dos naciones europeas, dadas su cercanía geográfica a Rusia, naturalmente han sido más sensibles a los intereses y sensibilidades rusas, en comparación a Estados Unidos que está a miles de kilómetros de distancia. En efecto, tanto Macron como Scholz parecieron creer, hasta último momento, que se podía encontrar una solución diplomática. Sin embargo, luego del acuerdo de paz Minsk 2 en 2015, ni ellos ni Estados Unidos han presionado lo suficiente a Ucrania como para que instrumente los mecanismos para dar más autonomía a los territorios del Donbass, uno de los puntos críticos de dicho acuerdo.
La diferencia de intereses entre Estados Unidos y sus aliados europeos ha dado lugar a expresiones en el liderazgo francés del tipo “amigos, aliados, pero no alineados”. Del lado alemán han aparecido críticas del ex ministro federal Klaus von Donanyi -bajo los gobiernos de Willy Brandt y Helmut Schmidt-, afirmando que ha habido un gran malentendido en Europa con respecto a la relación con Estados Unidos. Que no se trata de una amistad ni tampoco una comunidad solidaria, sino de una sociedad donde no siempre los intereses están alineados. Como ejemplo señala la relación con Rusia: “En el establishment de Washington hay gente que, desde hace décadas, no tienen otra cosa en la cabeza que seguir haciendo retroceder a Rusia. Eso es coherente con sus intereses, pero no con los de Europa”.
En el fondo, y más allá del actual conflicto ruso-ucraniano, yace también la cuestión fundamental sobre si Francia y Alemania construirán mecanismos de defensa propios como para aumentar la “autonomía estratégica” europea, o hasta qué grado continuarán dependiendo de la protección norteamericana.
Patricio Carmody es especialista en relaciones internacionales y autor del libro “Buscando Consensos al Fin del Mundo - Hacia una política exterior con consensos (2015-2027)” . Ha estudiado en Dartmouth College, en las universidades de Harvard y Columbia y en la École des Hautes Études Internationales en Paris.
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