12/07/2023
Coyuntura crítica, ilusión y desencanto. El primero de estos términos se utiliza en la Ciencia Política para explicar retrospectivamente un determinado acontecimiento o resultado sociopolítico. Los otros dos han sido empleados por los economistas Gerchunoff y Llach en su libro “El Ciclo de la Ilusión y el Desencanto”, en el que abordan los desconcertantes ciclos económicos argentinos. Juntas, estas cuatro palabras sirven de marco para analizar los entresijos de las relaciones entre América Latina y la Unión Europea (UE).
La relación de la UE con América Latina oscila entre períodos de vinculación simulada y de involucramiento activo. La vinculación es simulada porque, si bien la UE no le otorga a América Latina la prioridad que le asigna a otras regiones, debido a los históricos lazos culturales y económicos, Bruselas mantiene una apariencia de constante presencia. El involucramiento activo se produce cuando la UE intensifica su interés por la región en respuesta a lo que percibe como una afectación de sus intereses estratégicos.
Por ejemplo, en los años ‘90, el comienzo de las negociaciones con el MERCOSUR fue interpretado como una reacción a la propuesta estadounidense de creación de un Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA). Asimismo, la renegociación de acuerdos comerciales hacia finales de la última década estuvo ligada a la ola proteccionista impulsada por el gobierno de Trump. Cada coyuntura crítica desencadena un realineamiento estratégico que acerca y refuerza los lazos entre ambas regiones.
Recientemente, Josep Borrell exhortó a la UE a convertir sus relaciones con América Latina y el Caribe (ALC) en una prioridad para el bloque. En junio, Ursula von der Leyen viajó a Brasil, Argentina, Chile y México, y anunció inversiones en temas de interés para ambas regiones. Su visita fue la segunda por parte de un alto ejecutivo europeo en lo que va de año; en marzo, la vicepresidenta ejecutiva de la Comisión estuvo en Brasil, Colombia y Chile.
Este renovado interés europeo por la región se refleja en iniciativas concretas. De los 300.000 millones de euros que el Global Gateway (la estrategia de la UE para invertir en el desarrollo de infraestructura en todo el mundo) pretende movilizar entre 2021 y 2027, la mitad está destinada a África, y el resto se divide entre ALC y Asia. Se trata de una cifra significativa, aunque no tan relevante si se la sitúa en perspectiva. Es, por ejemplo, muy inferior a los 400.000 millones de dólares calculados por el Banco Mundial como coste de la reconstrucción de Ucrania.
La UE parece estar saliendo de su “adolescencia geopolítica”, en palabras de un ex presidente de la Comisión. Paradójicamente, las crisis suelen llevar a una mayor presencia de la UE en la escena internacional. Así, la serie de crisis endógenas y exógenas de los últimos años se ha convertido en una coyuntura crítica que cataliza una respuesta de los 27 Estados miembros.
Bruselas percibe el mundo a través del prisma de la guerra en Ucrania. Sus esfuerzos normativos incluyen el establecimiento de reglas y la promoción de las transiciones ecológica, digital y socioeconómica. Sin embargo, estos enfoques a menudo se perciben como proteccionistas y revelan una comprensión limitada de los retos específicos a los que se enfrentan los países en vías de desarrollo.
La coyuntura crítica de América Latina no está relacionada con el suministro de armamento. En lugar de una guerra en sus fronteras, a los países latinoamericanos les preocupan los alarmantes niveles de criminalidad, desigualdad y pobreza. La región mira al mundo con binoculares, buscando vías para generar financiamiento y divisas que le permitan hacer frente a las consecuencias económicas y sociales de una década marcada por un relativo retroceso o estancamiento.
¿Una alianza digital?
Uno de los ámbitos clave en los que la UE pretende reforzar sus vínculos con América Latina es el de la transformación digital. En marzo de 2023 se lanzó en Bogotá la Alianza Digital UE-ALC, con el objetivo de aunar esfuerzos “para una transformación digital inclusiva y centrada en el ser humano en ambas regiones”.
La Alianza se concibe como un marco de cooperación que reúne a una serie de iniciativas para el desarrollo de infraestructuras digitales y la convergencia de políticas. Muchas de estas iniciativas ya estaban en marcha, y por ende no queda claro cuánto de esta nueva alianza implica un aumento real de la inversión europea y cuánto forma parte de una estrategia de “rebranding” para proyectos que habrían tenido lugar de todos modos. Pero hay algo que sí está claro: el Global Gateway y la Alianza Digital no apuntan únicamente a fomentar el desarrollo en otras regiones del mundo, sino también, y principalmente, a reforzar la posición geopolítica europea en un mundo en transición.
En un contexto de competencia creciente entre EEUU y China, Europa entiende que para mantener un papel relevante en la escena internacional necesita buscar aliados a nivel global. América Latina surge en este sentido como un socio natural, con el que comparte no sólo valores y principios, sino también una intensa relación económica y comercial. La UE busca promover a nivel internacional un enfoque de la transformación digital centrado en el ser humano, y esta “tercera vía” digital encajaría muy bien con una América Latina históricamente comprometida con la defensa de los derechos humanos y la democracia.
El Global Gateway se queda muy por detrás de otras estrategias de desarrollo de infraestructura global, como la Belt and Road Initiative china. En este sentido, Europa tendrá que redoblar sus esfuerzos si pretende competir con la tradicional influencia de EEUU y la creciente presencia de China en la región. Para los países latinoamericanos, un mayor compromiso europeo con la región en el ámbito digital representa, en principio, una buena noticia. Ello podría implicar una diversificación de las oportunidades de inversión extranjera en infraestructuras tecnológicas y, por ende, un mayor poder de negociación para la región.
Conclusión
Los intereses prevalecen, y es en este contexto en el que la UE aún tiene mucho que ofrecer. En tiempos en los que las alianzas internacionales se tornan difusas, la UE podría encontrar oportunidades valiosas en regiones del mundo relegadas hasta el momento a un segundo plano. La inversión en la protección de la Amazonia, el fortalecimiento de las cadenas de valor y el compromiso de avanzar en la firma del acuerdo UE-MERCOSUR, son pasos positivos y ofrecen motivos razonables para ilusionarse. Sin embargo, Bruselas debe tomarse en serio sus compromisos, ampliar su comprensión de América Latina y evitar fórmulas simplistas. De otro modo, al actual momentum de las relaciones podría seguirlo un nuevo período de desencanto para ambas regiones.
No alcanza con repetir en declaraciones y conferencias que ambas regiones comparten valores y principios que potencian la cooperación. Si bien es cierto que existen valores e intereses comunes que permiten un aprendizaje mutuo, la conversación debe partir del reconocimiento de las especificidades culturales, políticas y económicas de cada contexto. Sin esto, es improbable que este revitalizado impulso tenga resultados sustantivos. Europa podría, una vez más, terminar exportando recetas que se ven muy bien sobre el papel, pero que fracasan a la hora de producir un impacto real.
Lucía Bosoer es investigadora en la Cátedra de Inteligencia Artificial y Democracia de la Escuela de Gobernanza Transnacional (IUE). Trabaja en temas relacionados a la cooperación internacional, las políticas digitales y la gobernanza de las tecnologías emergentes.
Lucas Chiodi es licenciado en Relaciones Internacionales (UCC) y Magister en gobernanza transnacional (IUE). Se desempeñó en la Secretaría Académica del CARI y se especializa en cooperación internacional para el desarrollo y regionalismo (UNSAM).
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