17/02/2023
Este 24 de febrero se cumple un año de la invasión de Ucrania ordenada por Putin. Y a estas alturas de la guerra, el mundo continúa sin saber cómo terminará el conflicto. Lo de “altura” va en su sentido literal: porque el conflicto no ha dejado de escalar, en intensidad política y en el uso de armas proporcionadas por Occidente. Unas armas cada vez más potentes y sofisticadas: desde los Javelin, Stinger, o HMARS de ayer, a los Leopard I (obsoletos) y II (punteros) de hoy, y quién sabe si los aviones cazas de mañana, cuando empiecen los combates aéreos en serio.
La respuesta militar por parte europea, sin embargo, se queda corta frente a la guerra comercial, directa, de las sanciones masivas impuestas a Moscú. A la invasión más brutal vista en Europa desde la Segunda Guerra mundial, la “coalición sancionadora” más grande y potente de la historia (más de 50 economías) respondió con las sanciones más colosales de la historia moderna.
¿Qué balance mínimamente objetivo y sereno, y de conjunto, puede hacerse en este momento? Resulta obvio que las sanciones están siendo “exitosas” en cuanto están causando graves daños coyunturales y estructurales a la economía rusa: déficit, disrupciones en el precio de petróleo y gas, pérdidas en varios sectores, huidas de empresas y de inversión extranjeras, o daños a base tecnológica. Sobre este punto existe ya bastante literatura al respecto de diversas organizaciones europeas o norteamericanas: organismos oficiales, consultoras, o think tanks. Con el matiz (no insignificante) de que los análisis de fuentes especializadas procedentes de Asia oriental o del Golfo Pérsico suelen tener un sesgo menos rotundo en ese sentido.
Está claro que lo extraño sería que todo ese gran impacto en la economía rusa no se hubiera producido. Sin embargo, en este triste primer aniversario cabe dar el siguiente parte de guerra respecto a las sanciones:
1. Las sanciones no están sirviendo a la finalidad para la que (supuestamente) se establecieron: hacer cambiar de conducta al régimen sancionado (Moscú) respecto a la guerra en Ucrania - mediante un aislamiento internacional y un colapso económico. Más bien parece lo contrario: Moscú se reafirma en su apuesta por el conflicto armado.
2. Las sanciones no están teniendo el efecto aplastante y devastador y casi inmediato (la “respuesta masiva” europea) que se esperaba sobre la economía rusa después de diez rondas sancionadoras por parte de la UE. Así parecen mostrarlo algunos indicadores económicos —crecimiento, exportaciones, política fiscal, etc— o la manera en que el Kremlin está echando mano de una panoplia de instrumentos financieros para aliviar la presión.
3. A inicios de 2023 hay señales, a pesar de la opacidad de la información y los datos de la parte rusa, de que su economía no solo resiste, sino que está en rápido proceso de reestructuración, empezando por un giro a una clásica economía de guerra, y un aprovechamiento eficaz de su base científico-técnica. La otra dimensión fundamental es la exterior: la explotación por parte del Kremlin de sus clientes de gas y petróleo —China y el Sur Global—, unido a un tácito apoyo político de muchos países frente a lo que consideran una coalición OTAN ampliada, más de lo mismo que ya se vivió en el pasado reciente.
4. De este lado, Europa. El impacto en nuestras principales economías europeas, así como el “éxito” socio-económico de la respuesta tan cacareado por muchos medios, está todavía por ver en los próximos meses, por varias razones. Aquí podría decirse eso de “No es solo la inflación, estúpido”, al menos la hiper-inflación prevista hace solo unos meses (estuvo por encima del 10%, y ahora en torno a poco más del 6%).
Si lo miramos más de cerca, hay problemas en suelo europeo. Primero, que la inflación está pasando factura a las clases medias y trabajadoras, como se ve en Francia, Reino Unido o España, incluso a pesar del colchón social y los fondos europeos. Podría haber también problemas de abastecimiento de gas y petróleo si la guerra se perpetúa. Hay - empezando por Alemania, en recesión técnica este año - una re-industrialización descoordinada entre los estados miembros. Pero la que se lleva la peor parte es la llamada “autonomía estratégica” europea, como resultado del incremento de nuestra dependencia respecto a EEUU en defensa (OTAN, o los F-35) o en energía (Gas Natural Licuado a precios récord).
Y last but not least, la política energética actual de la Comisión - consistente en blanquear como “green” todo - del carbón al gas o la nuclear - viene determinada por nuestras sanciones a la energía rusa y las disrupciones globales resultantes. Es una política que, pese a los avances notables en la coordinación y los proyectos de hidrógeno verde, sin embargo, está poniendo en riesgo los objetivos climáticos de reducciónn de gases de efecto invernadero y nuestra propia transición energética. Son señales que van en la dirección contraria, a corto y medio plazo (en el largo plazo ya se sabe, todos calvos en este asunto).
5. El régimen sancionador europeo en todo caso está teniendo externalidades negativas para la UE en varios sentidos. Primero, en términos de sus relaciones comerciales con países del Sur global. Segundo, en términos de migraciones provenientes del sur debido a agravamiento de crisis alimentarias. Y tercero, en términos de prestigio global y sintonía política con muchos gobiernos - para más señas, democráticos - en América Latina (Brasil), África (Suráfrica), o Asía (India).
¿Conclusión? Sobre el asunto de las sanciones, parece razonable mostrar, no escepticismo, pero sí al menos mucha prudencia, y algo más de humildad que las que hoy se exhiben en Bruselas. Cuanto menos, no afirmar taxativamente que las sanciones europeas están resultando exitosas, y que están cumpliendo su objetivo. Porque no es verdad: no lo son ni para el objeto que perseguían, ni para algunos intereses de la propia Unión Europea. La práctica en esta ocasión avala la teoría: las sanciones contra una Gran Potencia (incluso una potencia regional) nunca han funcionado estrictamente para el fin que se perseguía. Como mínimo, estamos ante un éxito bien amargo.
Una derivada de lo anterior podría ser esta: ¿por qué no intentar en paralelo ensayar otras vías para cambiar el rumbo de la guerra y acabar con el conflicto?
Todo ello, claro está, a menos que alguien afirme que la verdadera finalidad de las sanciones era y es aniquilar la economía rusa y poner de rodillas al Kremlin. Pero entonces estaríamos hablando de otra cosa.
Vicente Palacio es Director de Política Exterior de la Fundación Alternativas
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